BIBLIOTECA NACIONAL DE CHILE £-/J//sa//) ...Jfi -3QX Seccion Clasificacion Cutter Ano Ed Copia ...A.... Registro Seaco ..D.f.Jd... Registro Notis BIBLIOTECA NACIONAL o 0209954

PEDRO PRADO UN J U E Z RURAL NASCIMENTO

BIBLIOTECA NACIONAL secci6n chilena

COLECCION

BRAS DEL AUTOR Flores de Cardo (poesias_ □ La Casa Abandonada (parabolas y ensayos) □ El Llamado del Mundo (poemas) □ La Reina de RapaNui (novela) □ Los Pajaros*Errantes (poemas) □ Los Diez (poema) □ Ensayos sobre Arquifecturay Poesla □ A Isino □ Las Copas (poemas) □ Karez y Ro- \ v V CL "«P P-q4,. shan (en colaboracion) □

■M-Cod&JloWbw] PEDRO PRADO UN JUEZ R U R L CU'Sbi ?8<|| '1824 SANTIAGO. CHILE. 1924

ES PROPIEDAD B1BUGTECA NACIONAU 01TECCIQN CHILENA Impreso en losTalleres de la Editorial Nascimento. — A. Prat 1430. — 1924

U N V j U E Z R U R A

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UNA NOCHE La calle se extendta oscura, flanqueada por edificios dispersos, y entre arboles rugosos y envejecidos que arraigaban en la tierra pobre de las aceras. El crepusculo desvanectase suavemente, y su posfrera claridad, al perderse en la noche, era la unica dulzura sobre aquel suburbio abandonado. Negras hormigas entre las sombras, delanfe y detras de Esteban Solaguren, hombres y mu-

10 PEDRO PRADO jeres, en su mayoria obreros, caminaban presurosos de regreso a sus hogares. Cada noche, Solaguren, al llegar a su casa, mientras escogia entre sus Haves la del candado que cerraba la reja de su jardin, a lienlas en la oscuridad, sin acertar con la embocadura, veiase detenido en esa calle negra, que seguia adelante aun mas impenetrable de tiniebias. Al oir los pasos de alguien invisible que se acercaba, una ligera desazon le ponia nervioso, y deseaba franquear con mayor rapidez la puerta de su jardin. Dentro ya, recorriendo los amplios y conocidos senderos, entre encinas vetustas, grandes pinos y platanos colosales, veia con agrado, por entre la espesura, brillar las luces de su casa. Esa vez, al cruzar una galena desierta, que comenzaba a recibir el resplandor de la luna, y ver en ella los muebles de asiento tumbados y en desorden, penso con disgusto, vaga y rapidamente, en el diario destrozo que sus hijos hacian. Al salir al patio interior, la dulzura del aire de esa noche de Diciembre la sintio amargada

UN JUEZ RURAL 11 por un ligero olor a humo de las eternas fogatas que encendian, para quemar basuras y desperdicios, vecinos lejanos, en calles solifarias o en sitios abiertos y abandonados. A1 acercarse al dormitorio de Isabel, su mujer, la unica pieza iluminada en el largo corredor, sus pasos, que sonaban recios contra las baldosas, le denunciaron, y sus hijos, reconociendolos, salieron en tropel a su encuenfro. Alegre de ese diario recibimiento, mas de una vez, como en esa ocasion, acababa por molestarse con los abrazos y caricias sin termino. —Basta, basta!—grito. Su mujer, con la costura aun entre las manos, risuena, diole la bienvenida, ofreciendole los labios. —Llegas tarde—dijo.—Estaba preocupada. No me gusta que andes a semejante hora por estas calles. No hace diez dias, bien lo sabes, asaltaron a un transeunte. Solaguren sonrio, confiado y despectivo. —iComamos?—dijo. Rodeados de los ninos, que se disputaban

12 PEDRO PRADO 4 el ir cogidos de las manos de la madre, aftibos se dirigieron hacia el comedor. Alii, tumbado en un amplio sillon, Solaguren, mientras fraian la sopa, entre los chicos inquietos por juegos y zalagardas, sin animo, entono canciones burlescas. Las risas y los saltos, contenidos dificultosamente en esos diablillos, salieron a lucir en una batahola estruendosa. El padre, olvidando su cansancio, por divertirlos, trepo sober una silla, haciendo conforsiones ridiculas. Y salto, en seguida, al suelo para correr en torno a la mesa. El alboroto llego al delirio. Un golpe y un grifo de dolor paralizaron a todos. Juan, el segundo de los ninos, se habia enredado en un pliegue de la alfombra, azotandose contra la mesa. —Sentarse, sentarse!—grito, asustado y colerico. Solaguren. Acudio su mujer; en tanto el, molesto y nervioso, repartia pescozones a los que creia culpables. La madre, con una servilieta empapada en agua, relrescaba la frente magullada. La comida fue silenciosa. Solaguren volvia

UN JUEZ RURAL 13 lentamente a su tranquilidad. Entristecido, sentiase injusfo con sus hijos. Trato por dos veces de hacerles olvidar su castigo con historietas alegres; pero los chicos fingieron estar sordos. Descontento consigo mismo, miro en derredor y vio un largo sobre apoyado contra un florero, alii, al alcance de su mano. Era el sitio en que acostumbraban dejarle la correspondencia. Lo abrio displicente; mas, cuando sus ojos recorrieron el pliego que el sobre contenia, una sonrisa indefinible se insinuo en la comisura de sus labios. —dQue es?—pregunto su mujer, que espiaba su rostro. —Lee—dijo Solaguren, y le alargo el escrito. —iPero tu no aceptaras? Una nueva molestia que te echarias encima. iComo! iTe ries? iCuando vas a escarmentar? <j.Te olvidas de tus arrepentimientos? iQue mala memorial Pronto estarias nervioso con esta nueva gabela. —No, mujer—exclamo Solaguren—si no acepto. iMe crees loco? Yo, juezl... Aunque...

14 PEDRO PRADO fal vez me agradase, sabes!... Pero ya presiento las molestias! Queda tranquila, Manana renuncio. iQuien me propondria? No me explico. Callados, antecedidos de los ninos que buscaban acercarse a la madre, fueron nuevamente hacia el dormitorio. El olor a las fogatas habtase desvanecido; la luna asomaba alta por sobre los arboles, y una silenciosa placidez se filtraba entre las enredaderas de madreselvas y rosas trepadoras entretejidas de uno a otro de los pilares del corredor. Mientras los ninos se acostaban, Solaguren arrastro una silla de mimbre hasta un claro entre las enredaderas por donde pasaba la luz de la luna, y repantigandose allt, se dejo acariciar por esa claridad dulce y sosegada. El cansancio de sus trabajos y afanes diarios recorrta sus miembros con una modorra mas deliciosa que la de los vinos: jera un placer hondo ese de sentir tan claramente su cuerpo! Esteban Solaguren trabajaba como arquitec-

UN JUEZ RURAL 15 to en algunas consfrucciones de la ciudad. Una hermosa profesion; pero habta dtas desagradables, como el que acababa de pasar, turbios por reyertas con contratistas y obreros. Dormidos los ninos, su mujer volvio trayendo otra silla. Cuando estuvo sentada a su lado, Solaguren, sin moverse, tendio hacia ella una de sus manos. —iY Juan?—pregunto. —Tiene hinchada la frente; poca cosa. Es tan loco; todo el dta se aporrea. De la Iglesia Parroquial—era el mes de la Virgen—llegaba el eco de lejanos canticos. Se escuchaba apenas la murga de un circo distante, y unos silbatos largos y prolongados de un tren que iba hacia el Norte sonaban con el acento de una voz humana. A1 oirlos, una extrana nostalgia por remotos viajes y un deseo doloroso de conocer otras gentes y otras tierras acongojaba sutilmente el animo. De los cuadros del jardin, donde aun luctan algunos alelies floridos, subta un perfu-

16 PEDRO PRADO me delicioso. Mariposas noclurnas volaban en torno de las flores. —dPor que la fuente esta sin agua?—pregunto Solaguren. En mitad del jardin, seca y redonda corr.o un ojo vacio, habia una fuenfe circular, revestida de cemento y rodeada de calas y de lirios. La Iuna, como una mujer, gusfa del espejo del agua, y la verdad era que resultaba desagradable no divisar en ella su imagen. —Dije a Andres que la vaciara—respondio Isabel.—Hoy Ricardo se ha metido dos veces al agua y Eugenita ha bebido de ella. MienIras esfen chicos tendremos que tenerla asi. —iQue noche!— exclamo Solaguren, sin poner atencion a lo que se le decia. Y despues de contemplar el cielo sin nubes, con esfreilas empalidecidas por el brillo de la luna, cerro los ojos. Su mujer le acariciaba suave y < acompasadamente la mano, y ese roce rifmico, j tibio y sedoso, le producia un placer exqui- ! sito, languido y sonolienlo. Pasaba el liempo y no se decian una sola palabra. Cuando la caricia se interrumpia, So-

UN JUEZ RURAL 17 laguren, oprimiendo la mano de su mujer, la llamaba a la realidad, y nuevamente arrullabalo ese roce de la mano femenina, grato como un canto tntimo y silencioso. Desde el gailinero, los gansos, asustados por el paso de alguna rata, lanzaron vibrantes trompeteos de alerta. Una vaca en el potrerillo vecino comenzo a bramar. —Es la Rosada—dijo Isabel a su marido. —Aun no se acostumbra a pasar la noche Iejos del ternero. Ah! y ahora que recuerdo, es preciso que ordenes a Francisco que leche las vacas mas de madrugada. Los compradores que llegan temprano se aburren de esperar y van a otras partes. Hoy han sobrado varios litros. —Bien, se lo dire—murmuro Solaguren f sin abrir los ojos. Transcurrio otro instante de profundo mutismo. —Tengo frio. qAun no te acuestas?—dijo Isabel.—No te quedes largo rato al sereno; puedes coger un resfriado. 2 I

18 PEDRO PRADO —-Ya voy... un momenta mas... Solaguren permanecio inmovil, los brazos colgantes, las piernas estiradas, la cabeza medio apoyandose en su hombro; estaba ast tan agradablemente! Solo el pensar ponerse de pie le mortificaba. Hasta busco olvidar este pensamiento. Y tanto hizo por ello que, sin saber como, se quedo dormido. Unos murcielagos pasaron volando muy cerca de su rostro; el roce del aire lo desperta. 1 Haria frta; al ponerse de pie, sus miembros entumecidos le dolieron. Penefro en la pieza. Su mujer, sus hijos dormian. Arrebujados en los lechos, estaban inmoviles. Sin olvidar la escena del comedor, beso uno a uno los ninos. El pequeno Juan reposaba tranquilo. Estuvo largo rata observandole. iQue sensacion tan extrana la de encontrarse despierto entre esos seres dormidos! Todos ellos parectan ausentes! Paso a su pieza y fue desvistiendose. Y una vez mas en esa noche el silencio de su casa y la quietud de todo lo que le rodeaba lo

UN JUEZ RURAL 19 turbo desagradablemente, como si en el vasto mundo su alma estuviese solitaria.

EL SUBURJBIO El secretario del iuzgado, un senor Galindez, hombrecifo pequefio, gordo y calvo, de barba roja, prodigo en sonrisas y genuFlexiones, que empleaba palabras escogidas y una pronunciation perFecta, Fue a hacer a Solaguren una visita de acatamiento. Se demostro encantado de su jefe. Por Fin iba a trabajar bajo las ordenes de un superior digno y capaz. Que Fuera por largos

22 PEDRO PRADO anos! Alabo su juventud, su energta, su saber. Verdad que hasta ese dta no tuvo el gusto de conocerlo; pero todo se trasluce claramente para quien, como el, estaba acostumbrado a estudiar las fisonomtas de los hombres, —Usta no querra ver su hogar invadido por litigantes sucios y borrachos—anadio.— Usta, segun la ley, si ast lo ordena, puede administrar justicia aqut, en su propia casa; mas, si sus deseos fuesen otros, esta a su disposition la sencilla morada de su humilde servidor. Solaguren se limitaba a sonreir, curioso del espectaculo que le ofrecta la melosidad de ese hombrecito gordo. —No tiene usted como perderse,—continuaba diciendo el secretario.—Toma el camino que va al cerro de Navia, cinco cuadras mas abajo del Tropezon... iNo lo conoce usted? dSt? Bien!... pasadas cinco cuadras justas, hay, hacia el norte, una herrerta; casi al lado, un bosquecillo de acacios; mas lejos, parte un camino entre alamos, y al (rente queda la se-

UN JUEZ RURAL 23 cretaria del juzgado, y en ella su servidor, aguardandole. Solaguren acepto. La mafiana del dta que siguiera fue clara y ardiente. El ultimo fresco de la madrugada habta desaparecido, y la quietud de los arboles asomados tras los tapiales de los huertos, era de una resignacion manifiesta ante el dia torrido que se anunciaba. Solaguren, aprovechando el sesgo de sombra de paredones ruinosos, a la vera de un gran canal de aguas servidas, cruzado por puentes debiles y por angostas tablas combadas, que solo permitian el paso a chiquillos impavidos y a viejas livianas y equilibristas, iba con paso lento, contemplandolo todo lleno de una nueva curiosidad. Eran los habitantes de esas casas, en su mayoria sordidas; eran los de esas piezas oscuras, hechas y rebocadas con barro, como las celdas de las avispas, los que irian a estar bajo la administration de su justicia. Por las puertas despintadas y renegridas, por las troneras y ventanas estrechas con vi-

24 PEDRO PRADO drios sucios y rotos, contemplaba los interiores de esos hogares humildes. Sobre el suelo disparejo de tierra apisonada, casi siempre barrido y limpio, habia, hacia los rincones sombrios, uno al lado del otro, lechos miserables y dudosos. Mesillas cubiertas de albos lienzos soportaban floreros improvisados y viejas imagenes. En las paredes ocres, fajeadas por las grietas, estampas de periodicos ilustrados im~ pedian el paso del viento. Ancianas secas con el pescuezo de una flacura extrema, y el cabello canoso de un gris amarillento, sentadas en pisos bajos, contemplaban inmoviles el gatear de chiquillos mugrientos, el ir y venir de gallinas que picoteaban conFiadas por todos los rincones, y el reposo adormilado de gatos y de perros. Perros innumerables, pequenas bestias estrafalarias de gran comicidad por el cruzamiento insospechado de razas antagonicas que los constitulan, por su flacura endiablada, su pequenez ridicula, y por la furia y tenacidad que gastaban en ladrar a los escasos transeuntes. Tapiales medio derruidos, con anchas tro-

UN JUEZ RURAL 25 neras hechas por el trajtn de los chiquillos y los perros, dejaban ver el interior de los sitios, casi siempre con aguas detenidas, verdes y cenagosas; con algun cobertizo zurcido de sacos y de latas, dormitorio de puercos gigantescos que no era raro encontrar por las calles, refocilandose en los charcos y aniegos perennes de acequias malolientes. Mas lejos, sobre una altura, un corralon, los cercos en ruina, con parches de tablas viejas, alambres entretejidos y recorfes de latas herrumbrosas, acarreados de la proxima fabrica de conservas, mostrabase lleno de estiercol, hirviente de moscas. A la intemperie, arrumbados en desorden, habia ruedas rotas y carruajes desvencijados. En los dias de fiesta, cuantas veces ese recinto, ahora vacto, lo viera Solaguren poblado por los viejos, flacos y filosoficos caballos de los carretones fleteros. Era un espectaculo impresionante el que ofrecta el descanso dominical de las trabajadas bestias. Los pelajes sucios y semejantes despues de una noche de pasar tendidos en el estiercol; los vientres bin-

26 PEDRO PRADO chados y las costillas salientes; los cuellos concavos y caidos, debiles para soporfar el peso de cabezotas enormes; los belfos colgando flacidos; las orejas efernamenfe amusgadas, dando la apariencia de una gran ira contenida. Despues de comer la escasa racion salian al patio, y alii con las lacras del lomo, del pecho y del vientre cubiertos de moscas, inmoviles pasaban horas de horas, apoyandose ya en unas ya en otras de las patas flacas y deformes, llenas de corvejones y sobrehuesos. Sin causa visible, un caballo daba de pafadas a su vecino, y esfe, a su vez, con gran furia, a los siguientes. Sonaban las coces sobre las costillas como en cajas huecas; y mientras algunos lanzaban bufidos y extranos relinchos, sobre la parte alta del corralon, recortando contra el cielo sus inmoviles, desgarbadas y angulosas siluetas, otros caballos, ajenos al tumulto, dormitaban de pie. Por todas las viviendas, en tarros viejos, ollas desportilladas y tiestos indefinibles, malvas y claveles perfumaban deliciosos. Arbolillos con los troncos mordidos por los caba-

UN JUEZ RURAL 27 llos, creciendo en dolorosas contorsiones, a orillas de las aguas putridas, osfentaban en lo alto alguna pequena jaula de carta, donde un pajarillo invisible cantaba alegremente. Un comercio pequefio y numeroso, mas ilusorio que real, veiase por todas partes. Rara era la puerta d&calle que no fuese a la vez la de un reducido almacen de provisiones; algunos tan poco surtidos e insignificantes que detras del meson sobajeado, en estanterias rusticas de dos o tres tablas, divisabanse escasas botellas polvorientas, tarros mohosos y frascos casi vactos con comestibles inclasificables por lo sombrio de los recintos, casi siempre solitarios. De la calle sucia, llena de un polvo gris, hondo y muelle, surgian de improviso, a impulsos de vientos caprichosos, trombas cenicientas donde danzaban papeles y livianos desperdicios. Avanzando en veloces e imprevistos zigzags, muchas veces toda esa farandula colabase por algunas de las puertas de los tristes recintos para bailar en los oscuros interiores una desatada zarabanda.

28 PEDRO PRADO Los ninos dejaban sus juegos y seguian tras las columnas vertiginosas de polvo enloquecido; y sus gritos, risas y carreras iban en pos de ellas, enfretejidos con el voltejear de las hojas. Aun otras casas, un gran sitio baldio sombreado por enormes eucaiiptos, siempre con pajaros cantores y vasto rumor de viento, y el camino salia a pleno campo. A ambos lados abrianse potrerillos inutiles sembrados de piedras, cubiertos de hierbas pobres y malezas bravas. Cinco cuadras mas adelanle comenzaban otra vez habitaciones extranas y dispersas. Era una poblacion nueva. Y Solaguren, observando el aspecto provisorio de cierros, huertos y construcciones, sentia una verdadera angustia al palpar tan claramente los suenos y esperanzas de esos pobladores. Grandes cimientos abandonados en espera de una casa amplia, que no fue posible hacer, estaban alii por varios anos como unicos ocupantes de un sitio perdido. Las piedras que los formaban parectan trazar sobre la tierra

UN JUEZ RURAL 29 enormes signos exfranos; y en esa ruina de lo que no fue, hortigas y lagartijas crecian o anidaban entre la suelfa argamasa. La fantasia ingenua de un pobre hombre que habia sonado alguna vez; y cuan profundamente! con un Castillo rodeado de un parque, con lagos, fuentes, graderias y terrazas, estaba mas alia realizado en un terreno de diez varas de frente por treinta de fondo. Una gran puerta para carruajes, puerta de hierra forjado, que antes perteneciera a algun rico terrateniente, obra del mas primoroso trabajo, agobiada entre dos enormes pilastrones de caf y piedra, se erguta solitaria en todo el frente de la propiedad. Hacia uno y otro lado de ella, un zocalo de ladrillos quedo a medio empezar; zocalo ahora roto y desencuadernado, zurcido con postes viejos y flojos alambres de pua. El jardin minusculo era rico en accidentes. De la gran puerta partta un sendero angosto, iba hacia una red de caminillos cubiertos de conchuelas, salvaba puentes rusticos, y seguia por la orilla de un lago de dos metros, hasta penetrar bajo emparrados de rosas y perderse

30 PEDRO PRADO en un laberinfo de bambues. La casa, medio oculta por la entretejida marana de arboles y arbustos, dejaba ver una escalita de marmol, fabiques desconchados, ventanas romboidales eon fejadillos protecfores, y, en lo alto, almenas de madera, y tres torrecillas, todas diversas e impracticables. En el centro de ellas, a guisa de mirador o claraboya, vetase algo enorme, confuso y redondo con rotos crisfales multicolores, coronado por una gran veleta en desmayo. Entre los arboles, colgando de un cordel, habta ropa tendida puesta a secar, y sobre una puertecilla, en un carton abarquillado por el sol, leiase con dificultad: «Se venden flores y huevos frescos.» Y mas lejos una sencilla casa inconclusa, los vanos de puertas y ventanas defendidos por adobes aperchados; y aqut un rancho miserable sobreviviente de antiguos tiempos; y mas alia retazos de terreno ofrecidos en venta en grandes y viejos letreros descoloridos. Y dispersas por las amplias calles, cubierfas de cardos e hinojos, con zanjas profundas a manera de cunetas, nuevas construcciones trisfes

UN JUEZ RURAL 31 o absurdas, coronadas de humillos azules, Formaban ese arrabal desolado, ultimo limite de la ciudad. Dos, tres, cinco argueneros a caballo, que venian de Renca o de El Resbalon, sentados entre las grandes cestas llenas de olorosas frutillas, pasaron silbando a compas del vaiven somnoliento. Ese disperso caserio, esos campos que se exfendian hacia el ponienfe, hasta el alto y lejano cordon de cerros azules, formaban su jurisdiccion. Cuando penso Solaguren que en lo que abarcaba su vista, campos y poblados, todos los hombres que en ellos consumtan anonima mente sus existencias, tarde o temprano acudirtan a el para que dirimiese sus cargos y querellas, sintio una penosa confusion. Experimentaba a la vez orgullo por lo amplio del radio donde ejerceria su autoridad, vivo deseo de fallar siempre guiado por la dulzura, y manifiesta inquiefud de que sus propositos fuesen vanos, pues, dada su ignorancia de las

32 PEDRO PRADO leyes, era lo mas probable que su desempeno como juez fuese poco airoso. Un tablero saliente sobre la puerta de una antigua casa de adobes enjabelgada de cal, decia en grandes letras ser ese el sitio de la secretaria del juzgado. Los datos que le dieron sobre su ubicacion eran precisos: al (rente estaba el bosquecillo de acacios; antes, la herreria. qEl camino entre alamos? Arrancaba un poco mas lejos. Al llegar a la puerta del juzgado salta el secretario. Al ver a Solaguren lanzo una entusiasta exclamacion; htzole una reverencia, y, poniendose al lado de una puerta interior, la cabeza baja, el busto inclinado, una mano sobre el pecho, la otra indicando rumbo, dijo: —Usta, esta en su casa. Salta a aguardarlo. Usta se servira pasar. Solaguren quedo regocijado por tan ceremoniosa recepcion. Diviso en el zaguan, y en una galena interior, a varios hombres y mujeres con aire de abatido aburrimiento. Sonriendo, seguido del secretario, el nuevo juez penetro en la sala de audiencias.

UN ESTRENO VULGAR Un senor largo y flaco, don Juan Crisostomo Urquieta, rico propietario de la comuna, duefio de innumerables conventillos y pequenas casas para obreros, fue el primer litigante que se presento demandando a un arrendatatario que le adeudaba tres mensualidades. El flamante magistrado, avergonzado de iniciarse con un asunto antipatico y de modo pasivo, debido a su inexperiencia, se dejo

34 PEDRO PRADO guiar por su solicito y expedito secretario, y firmo cuando esfe le dijo, para que compareciese el demandado: por medidas precautorias, reteniendo los muebles; por desahucio; por nofificaciones sobre esto y aquello. —dNo se podria abreviar—pregunto el juez con voz timida y dudosa—refundiendo todos los cargos y peticiones en un solo escrito? El secretario incline la cabeza, lanzandole por sobre sus lentes una mirada de despreciativo asombro. —No es posible, Usta. Voy a leerle las terminantes disposiciones de la ley. —No, no se moleste usted. Era una simpie indication Pero ya el hombrecito gordo habia encontrado los arttculos del caso y leta con voz enfatica. Solaguren, mohino por la actitud de su subordinado, prometiendose no provocar en adelante sus conocimientos legales, quiso no prestarle atencion. —Bien... bien—decia—basta... Pero el secretario, lanzado en aquella lectu-

UN JUEZ RURAL 35 ra, con placer voluptuoso pronunciaba las palabras de un modo mas que perlecfo, extrayendoles un oculto sentido, con tendenciosas sonoridades: las vocales adquirian en su poder la gama burlesca de un gargarismo, y las consonantes tentanse de los reflejos que podrian arrojar en la voz humana los mas felices y rotundos perfiles caligraficos. Su aliento ofrecta las eses finales ornamentadas de un enroscado adorno silbante, despues de hacer ondear las frases de mayor importancia, apesar del grueso subrayado de solemne gravedad con que las emitta. Don Juan Crisosfomo Urquieta, con una vaga sonrisa conmiserativa, miraba por la ventana abierta sobre el camino. Solaguren, observando a ese hombre largo, esqueletico y deslavazado, que acaso se burlaba de su ignorancia; y a ese otro hombrecifo gordo, lector acucioso, todo lleno en su contra de oculta alegria, sintio que a el tambien subtale desde rnuy adentro una sonrisa profunda. En seguida del rico contribuyente, colocado

36 PEDRO PRADO en primer lugar, talvez por servil acafamiento del secretario, siguio el desfile de los que imploraban justicia. Una mujer enteca y verdosa, querellandose por cierfos utiles de su propiedad que le retenta una comadre; un hombre, la cabeza con lienzos sucios manchados de sangre seca, en busca de castigo para sus asalfantes; dos mu~ jeres, la menor de ellas diciendose vtctima de una continua persecution amorosa; emperejilada y presumiendo juventud y senorio, una vejancona, en terminos rebuscados pedia se castigase a un chacarero que le enganara en la venta de ciertos almacigos de cebollas; cargos sobre un puerco muerto por venganza vecinal; murallas medianeras aun impagas; y los litigantes seguian, seguian, sin termino, exponiendo los casos mas hetereogeneos. —iComprende ahora, Usia? El secrefario, como pez en el agua, inclinado sobre los gruesos cuadernillos de papel de oficio, nadaba raudo, escribiendo con lefra gorda, abierfa y tendida. —dComprende? Es este un Juzgado de gran

UN JUEZ RURAL 37 movimiento. Resulta un milagro llevar las causas sin retraso. Bajo el sol ardiente del medio dia pasado, de regreso a su casa, el nuevo juez, la cabeza inclinada, el pensamiento distante, siguio sinfiendo por largo rato el mareo que le dejara ese quejoso desfilar de genles extranas. Su mujer, molesta por la tardanza, le acogio ironica. —<iHa llegado el senor juez...? —Vamos a almorzar—dijo Solaguren, como escabullendose. —Es mas de la una, y todos, aqui, esperando a su senoria... Anda a tu escritorio, que tienes visita. —iQuien? —Anda y ve. Era Mozarena, el pintor, vecino y gran amigo de Solaguren. —Vaya, vaya con el flamante magistrado! iDejame mirarte! Venia en busca de confirmacion a lo que dicen las malas lenguas. ?Esas tenemos? ?Tu, el nuevo dispensador de la justicia?

38 PEDRO PRADO Las viandas recalentadas, el asada seco, los ninos fastidiados por el hambre sufrida, nada advirfieron ambos amigos mientras almorzaban, riendo de los mutuos e ironicos comentarios. Hasfa Isabel hubo momenfos en que desarrugo el ceno. Mozarena, exfranado de la actitud de la duena de casa, siempre, antes, afable, pregunto: —Y usted, senora, ?que dice? —Digo que Esteban no tiene remedio! Enfermo como anda, con sus nervios cada vez mas cansados e irritables, con el gran trabajo que tiene en la ciudad... pues, ahora, acepta servir de juez...! y, luego qpara que? para granjearse la mala voluntad de los^que tengan que soportar sus sentencias... No lo comprendo! La verdad, no lo comprendo! —Pero, mujer... —?Y quien tiene que soportar, despues, tus nervios y tu mal genio?—Y bebiendo el ultimo sorbo de cafe, llevandose a los ninos, salio contrariada. Tan pronto cruzo la puerta, Mozarena hizo

UN JUEZ RURAL 39 a su amigo un gesto de burlesca sumision. Solaguren, todavia cuajada en su rostro la sonrisa que le subiera en la audiencia, sintio que ella se ie ahondaba aun mas. Los ojos prendidos a algo inmovil e invisible, quedo, como escuchando en silencio, amasa que amasa unas migas de pan.

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LA RAZON DERIVADA La salud de Solaguren iba desmejorando. Las preocupaciones extranas que su nuevo cargo mantenia despiertas sobre el sentido de las acciones de los hombres, fueron haciendo mas pertinaz cierta propension al insomnio que padecia desde la Primavera. Cada vez costabale mayor batalla conciliar el sueno rebelde. Para lograrlo, fatigaba sus ojos en largas lecturas a la luz de la lamparilla

42 PEDRO PRADO de noche. Lecturas que no lograban absorberlo; pues su atencion, que iba engranando con frabajo en el endentado que le ofrerian los pequenos caracteres impresos, como una rueda vencida, comenzaba por resbalar y resbalar hasta liberarse de todo contacto; entonces su conciencia giraba con rapidez vertiginosa sin permitirle clara perception de cosa alguna. Vuelto en si, oprimido su animo, experimentaba un vago malestar; los ojos doloridos, la cabeza pesada, y una gran nausea de hasiio y desconcierto. Con violencia apagaba la luz; al cerrar los ojos, los parpados se resistian a juntarse, y sumido en el silencio acrecentado por el sueno de todos, con exfraneza, observabase respirando...respirando...y cuando el Irabajo inconcienle de su pecho poniase para el como en relieve creciente, pasaba a convertirse en la mas espantosa de las tareas! iOh, largas horas interminables! Una naciente inconciencia comenzaba a arrullarlo.. El crujido de un mueble, el canto de los gallos, uno cualquiera de esos ruidos broncos,

UN JUEZ RURAL 43 lejanos e indefinibles de la alta noche Ie volvtan a dejar en dolorosa espectacion. Jadeando, inquieto, cogido en la tortura del insomnio, de un salto sentabase en el lecho, raspaba, tremulo, un fosforo, y a esa luz naciente, debil y temblorosa, veia surgir los muebles y los objetos de su cuarto, erguidos con una inmovilidad irreal, todos mermados de va~ ler como restos de un naufragio. Y sin embargo, a esa hora, consfituian el unico apoyo real entre las sombras circundantes. Asiendose de ellos, sentia en torno el palpitar de la noche oceanica. Desbocado el corazon, llenos los oidos del soplo de su sangre azorada, fugaces desvanecimienfos traianle imposibles visiones y lampos de eclipse. Una desgarradora inquietud terminaba por expulsarlo fuera del lecho; y a pie desnudo paseabase por el dormitorio; bebia un sorbo de agua; humedeciase las sienes; respiraba con fuerza...Al sentir en los pies el hielo de las tablas, ya mas tranquilo, volvia a meterse entre las sabanas; pero aun temeroso de verse cogido por una nueva crisis, permanecta senta-

44 PEDRO PRADO do, buscando en torno una ayuda...Alli sobre la mesifa de noche dejara desde dias atras varios libros. Libros! Con displicencia los veia. Alii esfaba Xenofontes. Tenialo a su alcance desde su nombramienfo, porque aun recordaba el entusiasmo que su lectura, hecha en anos anteriores, le desperfara; entusiasmo ante los razonamientos de Socrates en esas paginas expuestos. El filosofo griego, aclarando el senfido de las cosas, constituyo en un tiempo su mas profunda admiracion. Volvio a trechos a releer el libro en esa noche de insomnio. Pero antes de la nueva lectura ya comenzo a herir su sensibilidad exacerbada la mezquina apariencia exterior de esa edicion barata; el papel basto y amarillento, trufado de pequentsimas astillas de madera; la tipografia plagada de errores, todo agravaba su irritabilidad. iY esos eran los discursos de Socrates? Ese artificioso fluir de razones (Lpudo alguna vez deslumbrarlo? jRazones y razones, engarzandose unas en las otras con toda la pretension de seguir el unico camino posible! Repugnante llegar y llegar a con-

UN JUEZ RURAL 45 clusiones satisfechas de si, como si fuesen, en verdad, las ultimas y definitivas! La conciencia de Solaguren, que acababa de sacudir la crisis agudizadora del insomnio, adquiria una fluidez y claridad descon,gertantes. Sentia con meridiana evidencia la insulsez de lo que leyera, y todas las leyes del pensamiento ofreciansele de golpe, nitidas, brillando en una intuicion total que las abarcaba por completo. Quiso formularse en intimo soliloquio su deslumbrador hallazgo; pero, al transportarlo a pensamientos y luego a palabras, viose metido en cauces cada vez mas estrechos que comenzaron por mermar hasta el absurdo aquella vivisima claridad. En la audiencia del dia siguiente deberia fallar el caso del arrendatario tramposo. Solaguren sonreia pensando en el metodo escalonado de Socrates. Si el fuese a seguirlo! Si se diera a derivar una razon de otra y otras... Si entretejiese considerandos... Podria decir, pensaba: «Visto que cualquiera sociedad esta constituida a base del cumpli-

46 PEDRO PRADO mienfo de nuestros compromisos contratdos en el seno de ella, y que la no realization del que nos corresponde fatalmente perfurba la ejecucion de ofros compromisos que obligan a la persona ante la cual quedamos en falta, y que esta persona, a su vez, esta ligada a otras y otras, y ast sucesivamente, y en numero interminable; la falta de cumplimiento de un compromiso, considerado el trastorno creciente e ilimitado que trae consigo, debe castigarse con la pena mayor». Mas, si derivaba en un sentido diverso, podrta decir: «Considerando que don Juan Crisostomo Urquieta es uno de los mas ricos propietarios de esta comuna, y que la desigual repartition de la riqueza publica, de hecho discutible, y de suyo irritante, mantienese mas iacilmente en su estado merced a la benevolente actitud de los privilegiados de la fortuna, y que las exigencias exageradas que gastan los detentadores de ella para obtener la cancelation de lo que les adeudan pobres gentes, lleva sin esfuerzo a estas ultimas a juzgar las comodidades tan diversas que la vida otrece a unos y a otros, y que con dicho examen

UN JUEZ RURAL 47 llegan los proletaries a apreciar en forma primitiva y con criterio practico y egotsta la organizacion economica actual, y encontrandola injusta, no es raro que demuestren su descontento, se liguen a los innumerables desposetdos y alimenten la idea de una revuelta que origine una nueva reparticion de los bienes, pero no de las capacidades y virtudes, y logren ast, con el crecer. del alud, una revolucion que por sus frutos mezquinos los desconcierte, ocultas siempre las causas reales, sumiendose por el fracaso todos los esptritus en mayor confusion y en el mas exceptico fatalismo, con evidente perjuicio para el lento y doloroso progreso de la humanidad, esttmase pequena la pena de muerte para D. Juan Crisostomo Urquieta, mayor contribuyente de esta comuna». —Pensar, derivar, obtener una conclusion oh! Socrates —murmuraba para st Solanguren.—El pensamiento es como el agua; dame un ligero desnivel, y llevo el pensamiento donde tu quieras. Creemos juzgar por riguroso razonamiento logico, y no hacemos sino rellenar a . posteriori el espacio que media entre el caso

48 PEDRO PRADO que se nos presenta a examen y nuesfra intuicion inmediafa sobre el. Se engana o miente quien cree construir razonamientos como algo ajeno a la conclusion expontanea que entrevio desde el primer instante. No por quedar oculfa a los que no saben observarse, desde el primer momento, ella deja de estar menos presente. Despues, para fingir una aparente continuidad que de vigor a lo que decimos, o que nos libre de culpa por las consecuencias al parecer deducidas, rellenamos el espacio en bianco con huecas frabazones logicas. Sintiendo dolorida la cabeza, Solaguren, sonrienfe y confiado, y a la vez compadecido de si, apago la luz, comprendiendo que debia dejarse a esas horas de tales cuestiones. Habia que dormir... dormir! Pero toda aquella nueva verdad se le adheria tenazmente, ocupando su conciencia entera. Una pierna la sintio humeda y tria, y un gran calor comenzo a subirle por la espalda. Con un golpe violento, buscando una nueva postura, y en ella el olvido y el sueno, hizo

UN JUEZ RURAL 49 crujir y esfremecerse el cafre y el piso del dormitorio. —dQue hay? iEsteban...! iEsteban ...! Desde el cuarto vecino, Isabel indagaba. Solaguren quedo largo rato quielo como un muerto. Doliale haber intranquilizado a su mujer; pero la nueva postura pronto se le hizo insoportable, y estirandose, estirandose con una tension cruel de todos sus miembros, bajo las sabanas tomo actitudes estrafalarias en busca de algunaquele trajese consigo la ansiada inconciencia.

EL ALMACIGO DE CEBOLLAS Grandes risas y agitacion de gente al lado afuera de la puerta, hicieron que Solaguren, molesto, levantase la cabeza. Una mujer hablaba con ira contenida. —Hagalo entrar, guardian. Es mi turno. Que entre... iNo faltaba mas! —Es la seiiora de las cebollas—explico el secretario. Su demandado resulta ser Don Beno. iDon Beno! iNo lo conoce? Es un tonto muy ladino.

52 PEDRO PRADO A rastras de un guardian, sofocado y rojo por el esfuerzo, penetro un hombreciilo bajo y menudo, mefido denfro de ropas viejas, enormemente holgadas. Los pantalones que le subian por delante hasta el pecho, abajo se desflocaban en largos girones, pisoteados por sus zapatos grandisimos, verdaderos botes flotantes. El secretario, perdiendo toda compostura, did en gastar una facil e ironica familiaridad con el cretino. —Adelante, Don Beno. Sirvase sentarse. Aqui queda usted mejor!—y tomando una silla la puso bajo las posaderas del inleliz. Sentado, con las piernas colgantes, la cara sirniesca, rafagas de miedo, de timidas sonrisas, de aparentes asfucias al estirar el hociquillo movible como el de un can adulon, Don Beno, las manos entre las piernas, atortillando su ratdo sombrero de paja, era un demandado original. —En una cancha de bolos que tiene un despachero de El Arena!, he venido a encontrar a este sinvergiienza—dijo la demandanfe, in-

UN JUEZ RURAL 53 dignada con el recuerdo de todas sus molestias y correrias. Mujer no mal parecida, aunque obesa y cuarentona, cuidaba aun de su figura: mantilla a la cabeza, aros de granates en las carnosas orejas, reloj de oro al pecho, colgado de un prendedor en forma de paloma en vuelo que llevaba en el pico ancha cinta de turquesas con un romantico «Recuerdo» en gruesas letras de oro. Aquel anclado recuerdo subia y bajaba a compas del grueso oleaje. —Sirvase repetir su demanda—dijo Solaguren—iEs un asunto de unas cebollas? —Si, senor juez; almacigos que este ladron me vendio sin ser el dueno. Unas amigas me dijeron que en la Poblacion Garin habian visto unos almacigos de cebollas. Tengo una propiedad en El Blanqueado, trabajo en chacareria y prefiero unicamente tener verdura temprana o tarde, porque los precios son mejores y el terreno que poseo no me alcanzaria para vivir _ bien si asi no lo hiciese. Era en visperas de San Pedro de Alcantara; ya el tiempo estaba muy avanzado; no po-

54 PEDRO PRADO dia esperar un dia mas. Fui a ver los almacigos. Este hombrecito salio a recibirme. Le pregunte si el era el dueno y me dijo que si. No se veian mal las melgas, y le ofreci comprarselas todas. Acepto el precio. A1 indagar si pedia pie en dinero para que quedasen desde ese instante por mi cuenta, me lo exigio. Preferi pagarle el valor total: cincuenta pesos. No fuera despues a arrepentirse! A1 volver en la tarde de ese mismo dia con un carretoncito para comenzar a llevarme mi compra, sale otro senor diciendo que el es el dueno, que no sabe nada de ventas, ni de cincuenta pesos; y como yo insistiese, me saco afuera a empellones. Preguntando en la vecindad supe que el era, en realidad, el dueno, y no quien me habia vendido las cebollas. A1 muy bribon lo habian visto por el lado de El Arenal. iPero de mi no se rie nadie! Y aunque ya han pasado tantos dias, aqui lo tiene usted para que haga en el un escarmiento! —dQue dices tu, nino?—pregunto a Don Beno, Solaguren.

UN JUEZ RURAL 55 —?Yo? iYo...? —Si, tu! —iYo? —Si, hombre, ique dices? iEsta senora te dio cincuenta pesos a cuenfa de unos almacigos? —Cincuenta, st, cincuenta. —dQue los hiciste? iComo te has puesto a vender lo que no es tuyo? —Quiso comprar... Quiso comprar... Un guardian se asomo anunciando a un se~ nor Orazarte. —iOrazarte? espere—indico el secretario, revolviendo unos papeles—Jeronimo Orazarte —explico a Solaguren—el verdadero dueno de los almacigos. —Que entre—ordeno el juez. Un campesino viejo, de barbas biblicas y ademanes lentos y graves, penetro con una seriedad no exenta de cierta nobleza. —dDon Jeronimo Orazarte? —Si, senor. He sido citado por la policta. —Se trata del asunto de las cebollas qque puede usted decirme?

56 PEDRO PRADO —A don Beno lo tenia ocupado por mi cuenta para que desmalezara 'mis siembras. Dice esta senora que el le vendio todos los almacigos en cincuenta pesos y que se los pago anticipados. jCincuenta pesos, senor, por siembras que valian d6scientos! Son mas de cien varas de melgas muy tupidas... Por lo demas, yo no tengo nada que ver en el asunto. Pero qcomo es posible que ella no reparase en que don Beno no esta en sus cabales? —dQue replica usted, senora?—indago el juez. —qComo iba a saber yo que es un {onto? Y no lo sera, cuando le sobra inteligencia para enganar a la gente honrada. Solaguren no podia ocultar una vaga sonrisa placentera. —Don Beno—dijo—ptiene algo que agregar? —dYo? qyo?—exclamo el infeliz con el mas comico de los asombros. —El juez se alegra—comenzo a decir Solaguren—de ver este asunto con meridiana cla-

UN JUEZ RURAL 57 ridad. Quiera el destino que fodos los casos que en adelanfe se me presenfen sean lo mismo. Sientense ustedes. Escriba, secretario, la sentencia. "En el caso de don Beno o del almacigo de cebollas, el Juzgado desestima la demanda, porque no es verdad que existan en transacciones de negocios los llamados tontos pillos. Sucede que nuestra avaricia es mas ciega que la mas torpe de las simplezas ajenas; es ella la que nos reduce a un grado inferior de estupidez al de los crefinos publicamenfe reconocidos». —Senora,—dijo Solanguren, dejando de diefar y dirigiendose a la demandanfe—comprendo su vergiienza, pero usted perdone: antes que el juez, habta dicfado sentencia en su contra la vida misma.. Pasados tantos dtas qde donde quiere usted que exfraiga cincuenta pesos de don Beno? —Yo voy a reclamar en Santiago de la conducta del juez—dijo indig'nadisima la mujer, saliendo a espefa perros.

58 PEDRO PRADO —Esfa listed en su perfecto derecho—respondio Solaguren.—Y usted, don Beno, vaya en paz!

PRUEBA DE TESTIGOS Para descansar de sus quehaceres arquitectonicos y de sus afanes de magisfrado de menor cuanfia, en los dias festivos, Solaguren, acompanado de algun amigo, gusfaba salir a vagar. Ningun companero mejor que Mozarena. Ademas, el nuevo juez tenia sus veleidades pictoricas y cierto talento natural para manchar, no sin gracia, pequenas telas. Aquel Domingo era un dia amarillento de

60 PEDRO PRADO nubes aborregadas, que dejaban filtrar una pesada y quieta resolana de oro. Toda la copa del cielo parecia la de un arbo), y el lento desaparecer de las nubes trata el recuerdo del silencio con que las hojas se desprenden y ruedan al olvido. Nigun companero mejor que Mozarena; tentan gustos semejantes, caracteres parecidos, similitud de apreciaciones sobre la vida y sobre el arte. Solaguren caminaba mudo, sintiendo el placer que trae tan ansiada companta. Encontrabase mas optimista, mas fuerte y seguro. La marcha era una delicia, y el silencio que los envolvta cargabase de mutua comprension, palpitando en torno de ellos como una cosa viva. Iban por el terraplen del ferrocarril a Valparaiso. Atravesaron el puente sobre el Mapocho y siguieron, con vagas sonrisas cuajadas en los rostros ardientes, contemplando caserios y campos de labranza. Cerca de Renca diviso Solaguren, hacia el Oriente, un caseron que llamaban el «Mirador. Viejo». En aquella tarde languida y dorada, a traves de hojarascas

UN JUEZ RURAL 61 premafuramente amarillas y moribundas, esa antigua mansion tenia un atractivo poderoso. Ai abrir su caja, disponiendose a pintarla, vio con desagrado que Mozarena, a tres pasos de disfancia, sentado en el mismo talud, se disponia a hacer otro tanto. Los pintores creen adquirir cierta propiedad sobre el tema que eligen. Por primera vez comprendio Solaguren que tenia sus inconvenientes el lievar como compafiero a una persona de gustos tan semejantes a los suyos. Pronto la belleza que se le ofrecia, y el ardor y ensimismamiento que traen consigo la ejecucion pictorica, le sumieron en profundo olvido, y no supo de cosa alg'una que no fuese la alegria de la voluntad creadora. Dos horas despues, al dar su trabajo por concluido y volver penosamente a la realidad compleja, sintio con gran' extraneza que sus miembros, antes insensibles y lejanos, volvian hacia ei adoloridos; y supo que su amigo olvidado encarnabase en esa sombra erguida sobre el talud.

62 PEDRO PRADO Curioso, se puso de pie con animo de ver el resulfado obfenido por Mozarena. —dQue has hecho?—exclamo atonito al observar el trabajo de su companero. Aquello resultaba inconcebible: era el Mirador Viejo y no era el Mirador Viejo. Trajo su tela, y cuando Mozarena termino la suya, ambos, comparandolas, rieron de un modo extrano. Esa risa turbia de la que nos asimos en los casos confusos. Las dos telas eran del mismo famano; el Mirador Viejo estaba a unos cien metros de ellos; Mozarena habia encuadrado en su tela solo el edificio; Solaguren, pinto en la suya, ademas de aquella antigua fabrica, toda una gran porcion del paisaje circundante; la casona veiase, apenas, al fondo, pequena y perdida en la amplia gama dorada. dLa distinta colocacion de un mismo asunfo, ya en el primero, ya en los ultimos pianos de dos cuadros de identico tamafio, pintados por dos personas de conocimientos y tendencias artisticas semejantes, habia bastado para que

UN JUEZ RURAL 63 el resultado de ambas reproducciones fuese tan distinto? De regreso, entrada la noche, ya de sobremesa, Solaguren de pronto sonrio a sus oscuros pensamientos. Isabel, intranquila ante su actitud de sonambulo, lo vio escribir con avidez en su libreta de apuntes. —dQue anotas? qEn que te has lievado pensando? —Nada, mujer; nada. Y el juez, nervioso, como si hubiese sido sorprendido en la mas profunda intimidad, rapido, escribia con su menuda letra indescifrable: «Todas las cosas se entrelazan con sus mutuos reflejos, y cada una de ellas se prolonga en el ambiente que la circunda como para alcanzar su verdadero y pleno significado. Pero qcuales son los limites de ese ambiente? Cada observador lo fija a su antojo. Ver resulta ser, asi, arbitrariedad de limitacion».

BIBLIOTECA NACIONAL secciOn chiu6na

PERSECUCION AMORGSA ... «La senorifa Luzmira pide, por lo dicho, que la justicia casfigue a Teodoberto Aviles, conminandolo a mayores penas si persiste en sus persecuciones y requiebros, porque ellos perfurban su tranquilidad y lastiman su honra» —termino de leer el secretario. —iTiene algo que agregar a su demanda?— pregunto Solaguren. —Si Usia me permite—solicito la senora acompafiante de la joven Luzmira. 5

66 PEDRO PRADO —iGuien es usted? —Soy tia de Luzmira. Queria manifestarle que ese hombre anoche mismo fue a golpear la ventana de mi sobrina, burlandose de mi cuando salia a increparlo; y al recordarle que hoy tendria que presentarse ante la justicia, dijo, con perdon de su senoria, que se hacia esto y lo ofro en usted, y en todos los jueces. Miradas de indignacion de Galindez, que luego contempla por encima de sus lentes al juez. Solaguren, con el viejo lapicero entre los dedos, permanece impasible. —Teodoberto Aviles iapellido materno?— pregunta el secretario, con voz reveladora de malquerencia. —Aviles Naranjo. —iDonde vive? —En Avenida de Los Perez. —iProfesion? —Vendedor ambulante. —iQue vende usted?—inquirio el juez. —Flores, frutas en este tiempo, plantas, ropa usada, de todo un poco.

UN JUEZ RURAL 67 —dHa otdo la demanda? Puede exponer su descargo. —No tengo ninguno. —dEs verdad, enhances, que usfed molesta a la senorita Luzmira? —dMolesto? iEso dice ella! —Expltquese. —Vivi con Luzmira dosanos... —dComo...? —Que vivimos juntos, vamos! vivimos a marido y mujer; y esta senora, que ahora es tia, y que antes no era tanto... —iMiente el infame! —Senora, mejor haria en callarse; que me viene a decir a mt! usted es solo prima de un pariente del padre de Luzmira. —Y eso ino es ser tia polttica? Le voy a explicar, senorjuez.. —Enseguida; espere... prosiga el demandado. —Esta senora, que antes era tan poco y que ahora es tanto, resultaba ser como mi suegra, porque me esquilmaba el bolsillo y me maja-

68 PEDRO PRADO dereaba de lo lindo. Aburrido, un dta me ful de la casa. —Robandose cuanto encontro. —dRobarle a usted? Casi todo lo que habia en la casa era mio. Ahora, senor juez, cansado de andar de alia para aca, busco que Luzmira, que de nada ha tenido la culpa, se venga conmigo. —Pero yo no me voy, ni me voy!—salto la joven—yo no tengo nada que ver con este hombre! —Lo que son las cosas—exclamo Aviles. Tan enojada ahora, y antes tan contenta... —Todo lo que ha dicho este sinvergiienza es mentira: nunca ha sido el amante de mi sobrina, ni ha vivido con nosotros. <iY decir que yo no soy tia de Luzmira? iQue sabe este infeliz de parentescos! Vera usted: el finado, mi compadre Rudecindo, padre de esta nina, era hijo de Zoila Zamora, que vivta en Loncomilla, y fue hermana de mi abuela materna. —Permitame—interrumpio Solaguren—no hay necesidad. El juez en este asunto no va

UN JUEZ RURAL 69 a dictar sentencia, sino a fijarse una norma general. Tome nota secretario. «Aun cuando en el caso presente de Luzmira Salinas y Teodoberto Aviles, la demandada declara rotundamente no tener nada que ver con Teodoberto, y busca el amparo de la justicia para que castigue a este por su persecucion amorosa; y si bien se puede estimar como una tozudes ridicula, despreciable y punible la actitud del demandado, este Juzgado no da, ni dara lugar a quejas por asuntos amorosos, porque dicho senfimiento usa de armas que aun a los propios interesados enganan, como pueden ser el desprecio y hasta las mismas querellas, no buscando, sin embargo, inconcientemente, otra cosa, con su uso, que el deseo de tejer una mas firme union alii donde iba descosiendose. Por todo lo cual, no siendo dable ver con claridad en los sentimientos de los presentes querellantes, el Juzgado, por precaucion, desestima la demanda; previniendo al inculpado Teodoberto Aviles que si los considerandos en que se basa esta resolucion le sirven para tomar mayores brios en su empresa

70 PEDRO PRADO y esta no tiene, a pesar de eilos, salida, y otra vez la joven Luzmira acude a demandarlo por igual causa, el Juzgado, apesar de la jurisprudencia aqut asenfada, lo puede penar por necedad peligrosa, porque no es diftcil extraer tan mezquino componente de la celebrada mezcla del amor*.

EL HOMBRE BE LA CABEZA ROTA —qHasta cuando vamos a seguir viendo a ese hombre de la cabeza veridada? —La polida ha citado varias veces a los asaltantes, y solo hoy han venido, dijo Galindez. * —dY donde eslan? —Son una anciana y dos mujeres, buena gente, al parecer. Usia perdonara, pero crei que debia seguir el orden...

72 PEDRO PRADO —Ese hombre, siempre con los mismos vendajes sucios de mugre y de sangre seca, me produce nauseas —interrumpio Solaguren.— jVea como se asoma con su cara de dolor angustioso! Ya va una semana larga que lo veo en igual traza; es posible que de ignorante y sucio se le esfen pudriendo las heridas. —No crea, Usia. Lo hace solo... —Digale que entre. El hombre de la cabeza rota no se hizo 11amar dos veces. —iUsted es el maestro Juan Norambuena? —St, senor juez. —qLlegaron por fin sus demandadas? —Afuera esfan hace rato. —Hagalas pasar. —dQuiere, secretario, leer la demanda? Entraron en silencio las tres mujeres. — «Juan Norambuena, de oficio carpintero, domiciliado en calle Vargas, sin numero, viene en demandar a Jesus Alderete y a sus hijas Rosa y Emilia que viven en Andes, tambien sin numero, entre Villasana y la calle que sigue al Poniente, acera norte. Dice Norambuena que,

UN .JUEZ RURAL 73 al entregar a las demandadas unas sillas que le habian mandado componer, y cobrar su frabajo, no quisieron pagarselo, alegando, falsamente, que el tambien les debia, y como Norambuena insistiese en que si no se le cancelaba iba a retirar dichos muebles, Jesus Aidepete y sus hijas Rosa y Emilia arremetieron contra el, enarbolando las mismas sillas que acababa de componer, rompiendoselas en su propia cabeza. Los golpes le hicieron manar tanta sangre, que quedo aturdido. Viene por lo tanto a pedir que el Juzgado castigue a la Alderete y sus hijas, previo pago de las cosfas de esta querella, y de lo que se le adeuda por su trabajo, suma, esta ultima, que estima en treinta y cinco pesos. Firmo a ruego de Juan Norambuena, por no saber hacerlo, Diego Alvarez Lantadilla». —dHa oido, senora, la demanda del maestro Norambuena...? —Hablen ustedes, ninas!—imploro la senora Alderete, anciana gibada y temblorosa—Hablen ustedes! Las llamadas ninas, mujeres ya mayores y

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