UN JUEZ RURAL 157 sin alumbrado artificial, intransitables por ese como lodo disuelto de las sombras, habia necesidad de acostumbrar los ojos a su negrura. —Perdone, senor—dijo atento el secretario, tomando a Solaguren de un brazo para guiarlo. Tras ellos se oian los pesados pasos del guardian y los golpes isocronos que daba el sable contra los botones del uniforme. —Quecalles...—murmuro el juez, despues de un fuerte tastabillon. —En esta famostsima municipalidad se lo roban todo. qlran a gastar un centavo en luz? —dijo despectivo Galtndez. Anduvieron cuadras y cuadras, sin encontrar alma viviente. Detras de los portones de las casas o siguiendolos del otro lado de las rejas de las quintas, perros y perros les ladraban fu~ riosos. —qDonde estan los heridos? —En el cuartel de policta. Son tres los guardianes heridos. En esa noche espesa, aquel asunto de ban-

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