36 PEDRO PRADO en primer lugar, talvez por servil acafamiento del secretario, siguio el desfile de los que imploraban justicia. Una mujer enteca y verdosa, querellandose por cierfos utiles de su propiedad que le retenta una comadre; un hombre, la cabeza con lienzos sucios manchados de sangre seca, en busca de castigo para sus asalfantes; dos mu~ jeres, la menor de ellas diciendose vtctima de una continua persecution amorosa; emperejilada y presumiendo juventud y senorio, una vejancona, en terminos rebuscados pedia se castigase a un chacarero que le enganara en la venta de ciertos almacigos de cebollas; cargos sobre un puerco muerto por venganza vecinal; murallas medianeras aun impagas; y los litigantes seguian, seguian, sin termino, exponiendo los casos mas hetereogeneos. —iComprende ahora, Usia? El secrefario, como pez en el agua, inclinado sobre los gruesos cuadernillos de papel de oficio, nadaba raudo, escribiendo con lefra gorda, abierfa y tendida. —dComprende? Es este un Juzgado de gran

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