176 PEDRO PRADO y vuelve con su dolorosa carga por el estrecho aposento; son siete pasos de ida, y siete de vuelta. Girando por el otro lado de la mesa de centro esttrase el viaje a casi nueve pasos; pero el ultimo tiene que darlo breve para no chocar con el ropero. —Ahora voy hasta ese otro rincon—piensa, y va hasta casi tocar el cruzamiento de los muros—Cinco vueltas iguales a esfa—dtcese— luego tres alrededor de la mesa; enseguida... Y aquel paclre que mece en sus brazos a su hijo enfermo, forma un itinerario exfranamente complicado; y sus viajes no dejan rincon del aposento sin visitar. Esta solo, el agua sigue cayendo en la pieza distante; nadie lo observa; el nino se intranquiliza y el toma al andar un paso distinto, rapido, energico, decidido; va, gira veloz y vuelve como posetdo de un gran apremio. El nino se amodorra. Solaguren se detiene, lo observa; hunde su rostro en el cuerpo de su hijo, y se queda quieto. El pequeno Juan se revuelve; su frente arde. Solaguren espta: va a llorar!—Oh! no! no!—y vuelve a las an-

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