124 PEDRO PRADO se que de ajeno al tiempo que Aula de esas vidas extranas. Todos guardaban silencio; los policias rigidamente de pie, como militares en revista; los reos, en desmadejadas acfitudes; el secretario, listo para escribir; Solaguren, agitando suave y ritmicamenfe la mesa con una regla de madera. Se oia el rumor de los arboles requeridos por el vienfo. La ventana que daba al camino, en la que silbaban las rafagas, se abrio ruidosa. Una oleada de aire fresco, saturada a libres campos, cayo como agua limpia en la viciada atmosfera; todos aquellos hombres, jueces y reos, miraron por la ventana abierta. El secretario se apresuro a cerrarla, y volvio a dominar el ambiente pesado y la rutina de aquel espectaculo. Como el juez permaneciera silencioso, el secretario se atrevio a insinuar. —Segun la ley, la vagancia esta penada... —Perdone usfed, Galindez. Desde hoy en adelanfe, mienfras yo sea juez, los que no tengan domicilio fijo, los que no ejerzan oficio ni

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