128 PEDRO PRADO menfe, las dejaba caer sobre las rodillas, en afirmacion rotunda. Madura, recia, alta; su grueso cabello ceniciento recogido con violencia hacia atras, entretejiase sobre su nuca en gordas trenzas enroscadas como el mono terrible de un enorme nido de serpientes. La frente tajeada por arrugas se estiraba con el contrapeso de aquel tocado formidable; y en el rostro vulgar, los ojos enrojecidos abrfanse audaces. En frente de ella, repantigada en budica actitud, reposaba otra mujerona. Los gruesos brazos desnudos, cruzados sobre el gran vientre; el pecho en rebalse; erguido el corto y macizo cuello que se embufta en una solemne graderia de papadas; todo el basto rostro marcado por una enfermedad violenta: la piel rota, tumefacta, rojiza y blanquecina, como acabada de pasar por agua hirviente. Solitario en aque11a masa informe, como un molusco vivo, un gran ojo gris, deshecho y acuoso, giraba lento. En primer fermino, tocada con blusa y faldas antes negras, ahora de un verde aceituna, su-

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