UN JUEZ RURAL 129 cio y raido, como tinendosele el rostro escualido con los reflejos verdinosos de sus harapos, esfaba la demandante, chupada y envejecida, con los ojos negrisimos y la clorotis amarillenta, la bocaza elastica, la piel floja, biliosa la color, el pecho vaciado, las manos de momia. De las otras testigos una sola era joven: de pie, desenfadada, inquieta, las nalgas siempre erguidas, con restos de coloretes y aros de similor, avecindaba en su faz grosera un gesto sarcastico, claro anuncio de .carcajadas irritantes. La ultima, una viejecita pastoril, humilde y trabajadora, envolviase en un aire lejano. A1 haz de los descarnados tendones de su cuello, atabanlo varias cintas menudas, y un rosario de negras cuenfas; y veiase por entre los baratos encajes de su camisola, sebosos detentes abrigando su pecho arrugado. Por entre la dentadura raleada, negra y carcomida, entreabriendo apenas los labios, con regularidad isocrona lanzaba delgados y diestros salivazos. El secretario terminaba sus ultimos perfiles. Encaramandose los lentes, leyo la demanda. 9

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=