76 PEDRO PRADO chiquilla me decia que ella, antes, preferiria morirse. Tambien los pobres tienen su delicadeza. Emilia, humilde cincuentona, encendido el rostro hasta parecer que la sangre le iba a brotar, miraba hacia la puerfa de salida buscando esconder su confusion; Rosa palideria por momentos; solo la anciana, un tanto ternblorosa, lograba dominarse. —iQuiere que veamos sus heridas?—dijo de improviso el juez. El carpintero se turbo, pretextando que tenia las vendas pegadas. —Con un poco de agua... Galindez iquiere mandar por una taza de lavatorio? —Pero, senor, y despues...—insinuo el carpintero. —El juez desea darse cuenta cabal del dano que usted recibiera. De malas ganas, quiso que no quiso, con algunos visajes de dolor al desprenderse la vertda inmunda, en partes tiesa y engrosada por la sangre seca, el carpintero fue sacandose su envoltorio. El secretario en persona trajo un gran lava-

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