UN JUEZ RURAL 17 laguren, oprimiendo la mano de su mujer, la llamaba a la realidad, y nuevamente arrullabalo ese roce de la mano femenina, grato como un canto tntimo y silencioso. Desde el gailinero, los gansos, asustados por el paso de alguna rata, lanzaron vibrantes trompeteos de alerta. Una vaca en el potrerillo vecino comenzo a bramar. —Es la Rosada—dijo Isabel a su marido. —Aun no se acostumbra a pasar la noche Iejos del ternero. Ah! y ahora que recuerdo, es preciso que ordenes a Francisco que leche las vacas mas de madrugada. Los compradores que llegan temprano se aburren de esperar y van a otras partes. Hoy han sobrado varios litros. —Bien, se lo dire—murmuro Solaguren f sin abrir los ojos. Transcurrio otro instante de profundo mutismo. —Tengo frio. qAun no te acuestas?—dijo Isabel.—No te quedes largo rato al sereno; puedes coger un resfriado. 2 I

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