118 PEDRO PRADO cidas a la urdimbre como redes de arana palpitantes en rincones abandonados. El viento, curioso, las fue palpando; las telas quemadas se deshicieron en poivo. Desnuda se ofrecio la muerta a las miradas atonitas; desnuda aun de carnes. Hasta de la cabeza se habia despojado; rotos los tendones del cuello, deshecha la union de las vertebras, una noche el craneo debio rodar dentro del ataud. Carcomidos los ligamentos de los dedos, un dta los huesos de las falanjes, como cuentas de un rosario cuyo hilo se corta, debieron caer dispersos; cruzadas sobre el pecho, las manos sin dedos, eran viejas flores deshojadas. El pecho hueco, el vientre hundido y roto... Aht estaba la muerta, desnudandose de todo su cuerpo! Era un viejo cadaver que olta como uno de esos rincones oscuros de los bosques donde se pudren las hojas. Solo una mazamorra grasienta, que habia derivado hacia los pies de! ataud, daba una impresion nauseabunda. Mozarena salio del cementerio. Solaguren permanecia observando el cadaver; la sepultu-

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