100 PEDRO PRADO lavaba, y quedar ahuecado el corpino, se asomaban los morenos pechos juveniles como dos grandes duraznos silvesfreslibios a la resolana; Una de las gruesas frenzas caia hacia adelanfeT negra serpienfe avida del agua. Cuando la joven enderezaba el busto y, levantando el rosfro, reia, deslumbranfe los blancos dienfes, la serpienfe, fimida, como si fuese su nido, se infernaba por el escofe hasfa escurrirse enfre ambos pechos. —Hola! idonde andabas? —Por el rio. iPiensas hacerle un retrato a la senorifa? —Ella no quiere... La muchacha, avergonzada, se puso de pie, Como si fuese en busca de nueva ropa que lavar, se encamino hacia la casa, no sin volver rapidamenfe el rosfro antes de quedar oculfa por unos arbusfos. Los dos amigos se miraron complacidos; en los ojos del pinfor brillaba el alegre deseo. —Porjque no fe quedas—susurro medio ironico, medio envidioso, Solaguren.

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