196 PEDRO PRADO el viento frio de la costa que los palpaba inquieto como un perro que husmea. Marido y mujer trataban inutilmente de penetrar las sombras. —iNo ha venido nadie a esperarnos! iQue va a ocurrir! jY los ninos,...Dios rntol —Aguarda—dijo Solaguren, pasandole alpequeno Juan envuelto en una manfa. Pasos se acercaban. —Patron! Patron! —dMiguel? ciEres tu? —Por aqut, senor; el coche lo tengo al otro lado de los rieles; por aqut... —Como va, Miguel!—Era un cochero conocido en vacaciones anteriores—Ven; acercate! JY los bultos? —Dejelos de mi cuenta, senor. —No se ve nada—exclamo Isabel. E! mortecino resplandor de un fosforo alumbro un breve espacio. Los rieles paralelos brillaron; entre la laja y el negro carboncillo vieronse, creciendo entre los durmientes, malezas mordidas y manchadas de aceite. \sabel con dos ninos de la mano, Solagu-

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