90 PEDRO PRADO venia, mascullo entre dientes unas palabras ininteligibles, y se sento en un piso de totora que extrajo de un rincon oscuro. La actitud silenciosa y absfraida en que quedara, su ensimismamiento fingido, al parecer, vigilante, enfrio la ingenua alegria de los forasferos. —Las frutillas estan deliciosas—dijo Solaguren, por romper el silencio. El campesino le dirigio una lenta y breve mirada, y sin contestar, con dejadez, lenfamente busco algo en uno y otro y otro de sus bolsillos. —iQuiere usted fumar?—volvio a decir Solaguren, alargandole un paquete de cigarrillos, creyendo adivinar sus deseos. —Gracias, no—parecio decir el viejo al levantar una mano, interponiendola. En seguida volvio sin inquietud a sus pesquisas, y fue explorando por segunda vez, detenida y profundamente, uno por uno, los escondrijos de sus viejas ropas. —dVamonos?—dijo de pronto el pintor, mohino y disgustado.

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