LOS BANDIDOS Grandes golpes atronaron la puerta de calle. A las once de la noche aquello era insolito. Solaguren dejo el diario de la tarde que estaba leyendo en la pieza de su mujer. Isabel, en cama, tejia algo para los chicos. Volvieron a oirse los golpes; y esta vez mas prolongados e imperiosos. —No saigas!—imploro Isabel. No saigas...!

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