26 PEDRO PRADO chados y las costillas salientes; los cuellos concavos y caidos, debiles para soporfar el peso de cabezotas enormes; los belfos colgando flacidos; las orejas efernamenfe amusgadas, dando la apariencia de una gran ira contenida. Despues de comer la escasa racion salian al patio, y alii con las lacras del lomo, del pecho y del vientre cubiertos de moscas, inmoviles pasaban horas de horas, apoyandose ya en unas ya en otras de las patas flacas y deformes, llenas de corvejones y sobrehuesos. Sin causa visible, un caballo daba de pafadas a su vecino, y esfe, a su vez, con gran furia, a los siguientes. Sonaban las coces sobre las costillas como en cajas huecas; y mientras algunos lanzaban bufidos y extranos relinchos, sobre la parte alta del corralon, recortando contra el cielo sus inmoviles, desgarbadas y angulosas siluetas, otros caballos, ajenos al tumulto, dormitaban de pie. Por todas las viviendas, en tarros viejos, ollas desportilladas y tiestos indefinibles, malvas y claveles perfumaban deliciosos. Arbolillos con los troncos mordidos por los caba-

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