UN JUEZ RURAL 25 neras hechas por el trajtn de los chiquillos y los perros, dejaban ver el interior de los sitios, casi siempre con aguas detenidas, verdes y cenagosas; con algun cobertizo zurcido de sacos y de latas, dormitorio de puercos gigantescos que no era raro encontrar por las calles, refocilandose en los charcos y aniegos perennes de acequias malolientes. Mas lejos, sobre una altura, un corralon, los cercos en ruina, con parches de tablas viejas, alambres entretejidos y recorfes de latas herrumbrosas, acarreados de la proxima fabrica de conservas, mostrabase lleno de estiercol, hirviente de moscas. A la intemperie, arrumbados en desorden, habia ruedas rotas y carruajes desvencijados. En los dias de fiesta, cuantas veces ese recinto, ahora vacto, lo viera Solaguren poblado por los viejos, flacos y filosoficos caballos de los carretones fleteros. Era un espectaculo impresionante el que ofrecta el descanso dominical de las trabajadas bestias. Los pelajes sucios y semejantes despues de una noche de pasar tendidos en el estiercol; los vientres bin-

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