104 PEDRO PRADO cos, que se confinuaba, al menos para mi, en las arboledas de los vecinos. Alii, entre una cincuentena de casas dispersas en el vallecito feraz y hermoso, como si fuese el propio corazon de esas montanas, vivia Calienta la Tierra. Al decir de muchos, era ya viejo, pero no lo parecta. Sus padres habianle dejado una hijuela de tierra y boscosos huertos. Como el nunca los cultivara, los vecinos se habian ido apoderando de ellos poco a poco sin mediar compra ni cambio alguno, por un proceso natural. El rancho en que vivta Calienta la Tierra, roto y podrido con las lluvias y el rodar de los anos, fue quedando en el centro de propiedades ajenas, que acabaron por cercarle cada vez mas estrechamente. Nadie se cuido siquiera de dejar un camino para que Calienta la Tierra llegase hasta su casa, y ese hombre perezoso no logro jamas que sus pies trazaran un angosto sendero que partiese desde el vano de su puerta. No era, como pudiera creerse, un vago sucio y desagradable. Ignoro la causa; acaso porque su falta de trabajos y fatigas no le hiciere

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