22 PEDRO PRADO anos! Alabo su juventud, su energta, su saber. Verdad que hasta ese dta no tuvo el gusto de conocerlo; pero todo se trasluce claramente para quien, como el, estaba acostumbrado a estudiar las fisonomtas de los hombres, —Usta no querra ver su hogar invadido por litigantes sucios y borrachos—anadio.— Usta, segun la ley, si ast lo ordena, puede administrar justicia aqut, en su propia casa; mas, si sus deseos fuesen otros, esta a su disposition la sencilla morada de su humilde servidor. Solaguren se limitaba a sonreir, curioso del espectaculo que le ofrecta la melosidad de ese hombrecito gordo. —No tiene usted como perderse,—continuaba diciendo el secretario.—Toma el camino que va al cerro de Navia, cinco cuadras mas abajo del Tropezon... iNo lo conoce usted? dSt? Bien!... pasadas cinco cuadras justas, hay, hacia el norte, una herrerta; casi al lado, un bosquecillo de acacios; mas lejos, parte un camino entre alamos, y al (rente queda la se-

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