110 PEDRO PRADO Solaguren, cogido por un pasajero entusiasmo, le imito breves instantes, pero, antes de poco, a ambos los volvio a dominar el paso lento, desmadejado e insensible de los caminantes. —pDonde estamos?—pregunto Solaguren, •asomandose sobre unos tapiales medio derruidos.—dQue cementerio es este? —qCementerio?—Acudio el pintor, y trepo igualmente. Era un potrerillo con los cierros catdos, donde algunas vacas pastaban entre las turnbas. Quisieron entrar, pero en los portillos, defensas de alambres de pua se mostraban peligrosas. Rondando a lo largo de los cierros que sombreaban viejas encinas, dieron con un rancho medio abandonado y oculto entre los cardos y altas cicutas que crectan al arrimo de los desmigajados paredones. Dos ninos pequefios, pringosos los rostros, que jugaban con montoncitos de tierra, les quedaron mirando.

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