132 PEDRO PRADO —Bien! callarsel Acallarse digo!—acabo por gritar el juez. Pero las mujeres, enzarzadas, segutan imperferritas. El secretario herido en su dignidad, se puso de pie, dio en la mesa un punefazo dramafico, y con una voz colosal impostada alia en e! fondo de su grueso vienfre, grifo estenforeo: —iCallarse...! Hubo entre las contrincanfes un breve desconcierfo, que Galtndez aprovecho para veneer definitivamenfe. —Orden! Orden! Callarse las testigos! primero las partes! El juez desea oir... —No! no!—le interrumpio Solaguren, sin soltar un lapicero con el que golpeaba suavemente la mesa. —No! basta!... basta! —dHago despejar?—pregunto el secretario.— dCitaremos para sentencia? —qCitar? No; ahora mismo. El secretario inquieto, aguardaba. —Escriba usted—dijo imperioso el juez. Y Solaguren con voz meliflua, como im-

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