UN JUEZ RURAL 161 piendolo todo y robandose las armas. Por suerte pasaba una pafrulla montada de esta co~ muna, y pudo aprehenderlos. —iCuantos eran los asaltantes? —Eran cinco. —Yo conte siete—dijo el mas pequeno de los heridos. Los dos guardianes confirmaron, por lo demas, las declaraciones del sargento. Mientras el secretario terminaba de escribir, Solaguren observaba los presos. Aquel hombronazo tenia una simpatia endiablada. Ni el, ni su companero, el vejete, mostraban un solo rasgufio. Era un contraste excesivo ante la lastimosa apariencia de los policias llenos de girones, revolcados y sangrientos. —iComo se llama usted?—dijo el juez al anciano. —Juan Ignacio Galindez. EI secretario dio un respingo. iQue contrariedad! La laya de tipo gastando su mismo apellido. —Galindez y que mas?—psegunto vergonzoso.

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