UN JUEZ RURAL 75 anciana.—Ast no mas fue; y es mucha vergiienza para esfa pobre vieja andar metida en estos pasos, y que luego se comente lo que han querido hacer con una de sus hijas. —Somos pobres, senor, pero vivimos de nuestro trabajo, y nadie, nadie, tendra nada que decir de nosotras!—exclamo Rosa. —Si, senor, como buenas, mis hijas son buenas; todos los dias tengo que darle gracias a Dios por ello. Un poco vivas de genio, talvez; pero como no hay hombre en la casa— yo soy viuda y las dos han quedado solteras— si ast no lo fuesen, talvez seria para peor. —Y usted, maestro Juan dque replica? —Mentiras y mas mentiras. Por que entonces no acudian nunca a la citacion que les hizo, hace ya mas de una semana, su senorfa? —Hicimos mal—declare la anciana—debtamos haber venido. Pero nos daba miedo. Nunca nos vieramos mefidas en nada semejante. Jamas, antes de hoy, hemos pisado la sala de un Juzgado. Vivimos solitas en nuestro rincon. Y luego... la vergiienza de Emilia! Yo quise venir, pero me lo impidieron. La pobre

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