74 PEDRO PRADO encanecidas, con manfos y trajes negros y viejos, pero limpios y cuidados, se miraron con inquietud. —Lo que dice el maestro... —comenzo la mayor. —Esta es la Rosa—murmuro el secretario. —Lo que dice el maestro es una falsedad. El mismo se habta ofrecido gratuitamente a componernos tres sillas que estaban despegadas, y a las que le faltaban algunos barrotes. Era conocido de la casa y no iba a pedirnos un centavo por algo tan poco. El Domingo antepasado, cuando nos llevo las sillas, serian las once de la noche, ya estabamos recogidas. A1 principio no quisimos abrirle, porque el maestro Juan suele beber y se pone muy odioso; ast resulto andar esa noche. Salio Emilia a abrir, y el al verla en camisa quiso sobrepasarse. A los gritos de Emilia, yo y mi mamita fuimos a favorecerla. Pero el hombre estaba cegado y no la soltaba. Con lo primero que pillamos le dimos por donde caia. Esa es la verdad. —Ast no mas fue, senor juez—confirmo la
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