52 PEDRO PRADO A rastras de un guardian, sofocado y rojo por el esfuerzo, penetro un hombreciilo bajo y menudo, mefido denfro de ropas viejas, enormemente holgadas. Los pantalones que le subian por delante hasta el pecho, abajo se desflocaban en largos girones, pisoteados por sus zapatos grandisimos, verdaderos botes flotantes. El secretario, perdiendo toda compostura, did en gastar una facil e ironica familiaridad con el cretino. —Adelante, Don Beno. Sirvase sentarse. Aqui queda usted mejor!—y tomando una silla la puso bajo las posaderas del inleliz. Sentado, con las piernas colgantes, la cara sirniesca, rafagas de miedo, de timidas sonrisas, de aparentes asfucias al estirar el hociquillo movible como el de un can adulon, Don Beno, las manos entre las piernas, atortillando su ratdo sombrero de paja, era un demandado original. —En una cancha de bolos que tiene un despachero de El Arena!, he venido a encontrar a este sinvergiienza—dijo la demandanfe, in-
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