24 PEDRO PRADO drios sucios y rotos, contemplaba los interiores de esos hogares humildes. Sobre el suelo disparejo de tierra apisonada, casi siempre barrido y limpio, habia, hacia los rincones sombrios, uno al lado del otro, lechos miserables y dudosos. Mesillas cubiertas de albos lienzos soportaban floreros improvisados y viejas imagenes. En las paredes ocres, fajeadas por las grietas, estampas de periodicos ilustrados im~ pedian el paso del viento. Ancianas secas con el pescuezo de una flacura extrema, y el cabello canoso de un gris amarillento, sentadas en pisos bajos, contemplaban inmoviles el gatear de chiquillos mugrientos, el ir y venir de gallinas que picoteaban conFiadas por todos los rincones, y el reposo adormilado de gatos y de perros. Perros innumerables, pequenas bestias estrafalarias de gran comicidad por el cruzamiento insospechado de razas antagonicas que los constitulan, por su flacura endiablada, su pequenez ridicula, y por la furia y tenacidad que gastaban en ladrar a los escasos transeuntes. Tapiales medio derruidos, con anchas tro-

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