UN JUEZ RURAL 23 cretaria del juzgado, y en ella su servidor, aguardandole. Solaguren acepto. La mafiana del dta que siguiera fue clara y ardiente. El ultimo fresco de la madrugada habta desaparecido, y la quietud de los arboles asomados tras los tapiales de los huertos, era de una resignacion manifiesta ante el dia torrido que se anunciaba. Solaguren, aprovechando el sesgo de sombra de paredones ruinosos, a la vera de un gran canal de aguas servidas, cruzado por puentes debiles y por angostas tablas combadas, que solo permitian el paso a chiquillos impavidos y a viejas livianas y equilibristas, iba con paso lento, contemplandolo todo lleno de una nueva curiosidad. Eran los habitantes de esas casas, en su mayoria sordidas; eran los de esas piezas oscuras, hechas y rebocadas con barro, como las celdas de las avispas, los que irian a estar bajo la administration de su justicia. Por las puertas despintadas y renegridas, por las troneras y ventanas estrechas con vi-
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