254 PEDRO PRADO Su baston azotaba una hoja catda, una ramilla seca, un desperdicio cualquiera. Sonaban desconcerfantes los golpes y los pesos. Cruzo ante la verja de su jardin, detuvose ante la otra puerta de su casa, la que daba a la callejuela, y la contemplo, la contemplo largamente, como si nunca la hubiese visto! Acaricio el golpeador, una pequena mano de bronce, colgada y fria como la de un muerto; miro las molduras; observo las rejas de las ventanas vecinas; el numero desconchado... iQue buscaba? La Have volvia a resistirse. Abrio, por finl Raspo una cerilla. Oyose un precipitado huir de ratas. Encendiendo la lampara de gas de su dormitorio, fatigado de cuerpo, abrumado de espiritu, se dejo caer otra vez como un fardo sobre la cama. Con la cabeza baja, las manos sobre las rodillas, quedo inmovil. Luego saco su reloj y lo puso en la mesita de noche; y las monedas de plata; y la cartera, mas llena de papeles que de billetes; y del bolsillo posterior del pan-
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