252 PEDRO PRADO nado y muerto. Nada traia el recuerdo de la fiebre del diario agetreo, y el canto de los gallos sonaba claro y distinto como si se elevase sobre ruinas. El color de la noche haria pensar en oculfas profundidades del mar, y la ciudad, vista al leve fulgor de la azulada tiniebla, adquiria el reposo de los legendarios pueblos sumergidos. Ambos amigos, al aproximarse al domicilio del pintor, inconcientemente retardaban el paso. Cada vez mas lentos, vetan por prolongar su mutua companta. Perdidos en la alta noche, rodeados de puerfas cerradas, la hora de la despedida es un desgarramiento. —Luz! ique pasa? —Y Mozarena bajo a la calzada para distinguir mejor. A traves de las copas oscuras de los arboles, que merfa un vientecillo leve, en el piso alto, una de las ventanas del domicilio del pintor veiase alumbrada. —Hasta manana! —dijo con precipitacion. —iAdios!—exclamo Solaguren.
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