UN JUEZ RURAL 231 dos. Vea usted iesa sospecha si que resulta triste! Vaya con Dios, amigo... y hasta mas ver! —iY que alivie!—grito Mozarena. —Habrase visto un viejo mas bruto!—comento el pintor. —iY nosotros...?—exclamo Solaguren. Y ambos rieron con risa extrana. —Mozo! Esta cerveza esta simple; lleveselaf Comentando burlescamente el susto del desconocido salieron a la calle. Poco a poco los dialogos fueron espaciandose. —Aloja conmigo—ofrecio el pintor. —No... —Te pondre una cama, arriba, en mi taller. —Prefiero llegar hasta mi casa. —Sigamos a pie, entonces. Cantaban los gailos anunciando la media noche cuando penetraron al suburbio. En el silencio de la ciudad dormida, en el abandono de las calles oscuras el canto de los gallos era extrano y evocador. El Santiago pobre, sumido en su negra soledad, parecta abando-
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