234 PEDRO PRADO allt en la cuneta humeda, despues de observarlo defenidamente, con la punfa del pie lo hizo girar hasta que mosfro el cosfado opuesto. Una piedra vista, asi, absorto, mientras se adivina, como en una pesadilla, que los carros ruedan y las gentes pasan, resultaba tan exfrana e impenetrable! Mozarena volvia. —Vamos! —dijo, golpeando el hombro a Solaguren.—iCual es tu plan? —Ninguno. Comeremos porallt... en cualquier parte. Necesito vagar. Nada de tranvtas, dquieres? Sigamos a pie. —La tarde ya refresca; es la mejor hora del dta. —dQue habra a esta hora que las cosas adquieren tan extrano aspecto?—exclamo, como sonambulo, Solaguren. —Efectos de la luz, de nuestro cansancio, de mil causas,—dijo el pintor. —-St, si; ya lo se, ?pero te satisface tu explicacion? Uno comienza a explicarse algo y sigue, sigue sin termino, pero nada le aplaca,

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