224 PEDRO PRADO desmayadamente. El interior estaba casi vacto; dos mujeres campesinas gordas y sudorosas con dificultad treparon tras el, arrastrando unos saquitos que colocaron bajo los asientos. Ocultandolos con sus amplias faldas, se sentaron agobiadas. Dabanse aire con sus negros mantos; su respirar agifado les impedta hablar. Solaguren, sin sombrero, estirando las piernas, descanso un brazo sobre el alfeizar de la ventana, y apoyo en su mano la afiebrada cabeza. En ese reposo sedante, mientras desfilaban a su paso las gentes, las casas y las calies, su sentimiento de infinito desgano se hizo mas sutil, y una tristeza dominadora ante algo confuso y monstruoso le dejo tan quieto, que se le creyera dormido. Subieron y bajaron otras gentes; pero el, inmovil, contemplaba la ciudad, entrevistando rapidamente, por los zaguanes de las casas, el interior de los patios; por las ventanas, los cortinajes y muebles de los departamentos; en las tiendas y almacenes, las estanterias llenas de infinitos objetos; y gentes eq los patios, gentes en las piezas, en los almacenes, en las calles,
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