222 PEDRO PRADO casas sucias y huertos polvorientos—cuatro meses sin caer una lluvia—ofrectan alanimo fatigado y anheloso de los viajeros un espectacuio abrumador. Esteban Solaguren no traia equipaje. —No llevas ropa...—habia comenzado a decirle su mujer al despedirse. —qMaletas y bultos? Estoy hasta la coroni11a de lastidios... —Lleva, siquiera, un maletin. —No; nada, nada y nadal iAdios! Mientras los demas viajeros, nerviosos, extratan sus bultos y maletas de debajo de los asientos o de los altos canastillos, Solaguren, rapido, a codazos, salio a la plataforma. El convoy aun no se detenta, cuando salto al anden. —Anda... bruto!—dtjole alguien, a quien al caer habta atropellado. Pero Solaguren no estaba para prestar atencion a cosa alguna; con paso elasfico, sorteando la multitud allt agrupada en espera de deudos y amigos, salio de la estacion. Al atravesar el halito de horno de la plaza

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