218 PEDRO PRADO cender, y gran parte de la inmensa sabana dearena se ofrecia como un camino ideal. Puso su caballo al galope y lo hizo internarse hasta romper los ultimos y delgados velos flotantes de las olas. Al torcer una puntilla, una gran luz, emergiendo de las negras y humedas arenas, le hirio de asombro: remota, en un abismo insondable abierto alii a sus pies, otra luna inmensa resplandecia deshecha en mil fulgores enloquecidos que buscaban unirse. Detuvo su caballo, ganado por e! vertigo. Entre la negrura de las aguas del mar, las olas furiosas de la vaciante coronadas de espumas, encendidas en una fulgente claridad, desplomabanse broncas, y, al retirarse, arrastraban el soberbio susurro de sus inmensos mantos recamados de plata. La luna, menguante deforme como un mundo en agonta proximo a desaparecer en el oscuro seno de las aguas, los cendales de plata hirviente que se extendian sobre las arenas, arenas invisibles, a fuerza de retlejar con nitidez el fulgor de los astros, el aroma de infinito que venta de la inmensidad a oprimir
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