210 PEDRO PRADO inclinaban para dejar volar el viento, desde un promontorio que dominaba la playa, volvio a divisar a Isabel y los ninos. Gaviofas en grupos, encogidas, quietas, silenciosas, miraban caer el sol. Una carreta distante arrastrabase lenfa y cuan pequenita contra el sucesivo oleaje tornasolado. El vasto horizonte marino se veia engrandecido por la cambiante e infinita sugesfion que despiertan las nubes crepuscuiares. Un humo emergiendo en el remoto horizonte hirio hasfa la angustia las ansias confusas de aquel hombre melancolico. Las olas, al erguirse, veianse traslucidas al sol. Pajarillos pequenos, rapidos y graciosos, parectan desprenderse de las ultimas espumas y correr a compas de ellas al extenderse las aguas por las humedas arenas. La carreta se acercaba. Una mujer y un hombre cruzaron al galope de sus flacos y pequenos caballejos. Volaron chillando las gaviotas, y una oculta perdicilla de mar con su combado cuelio y largo pico huyo despavorida, lanzando su silbo triste.
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