UN JUEZ RURAL 209 invitados. La sillas aguardaban en orden. A1 asomarse Solaguren por la tronera abierfa, un ave gris salio en rapido vuelo lanzando agudos chillidos. Hubiese querido recorrer la casa abandonada; era tan incitante! Parecia ser el sitio de una gran tragedia desconocida. Sus pasos sonaron broncos en los aposentos va~ ctos; la primera puerta que quiso abrir, hinchada por la humedad, se resistio. Una tabla del piso cedio al esfuerzo de sus pies, hundiendose con blando ruido de maderas podridas. Un tufo a humedad, que le hizo recordar el cadaver del Cementerio de Barrancas, subio del sotano oscuro. El visitante, intranquilo, ceso en su pueril curiosidad. Antes de salir a la calle se asomo mirando a uno y otro lado, como si acabase de co~ meter un robo. Solo el viento pasaba... La callejuela, con trechos de acera, que hierbas bravas y gruesa arenisca cubrian, dirigtase al mar. Pasadas las ultimas casas silenciosas, ro~ deadas de vastos jardines con arboles que se 14

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