206 PEDRO PRADO debio cesar, o el sueno piadoso fue venciendolos. A buena hora Ilegaban las camas! Doblados, molidos, con las marcas que les dejaron los duros muelles de los sofaes aun incrusfadas en la espalda, las piernas entumecidas, a la fria claridad del alba debian recibir los bullos y armar las camas! Las cabezas doloridas con la fiebre del insomnio y la fafiga del viaje, filfrandose el sol por las celosias, con que complacencia furiosa metieronse despues en los frescos y blandos lechos! iQue terribles ansias de sueno aliviador! Inmoviles, las cabezas casi ocultas bajo las sabanas, anhelantes de silencio propicio, parecian timidos seres enloquecidos que, al permanecer en un mundo que no era el de ellos, pugnasen por volver a las sombras y a la inconciencia de donde habian sido arrebatados... La tarde estaba muy avanzada cuando Solaguren abrio los ojos. Un gran silencio reinaba en la casa. Creyo ser el primero en despertar; pero, al restregarse los parpados, mien-

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