204 PEDRO PRADO Solaguren no confesto. Pensaba en lo mismo; el, tambien, senfiase fatigado y hambriento. EI carruaje rodaba, rodaba sin termino, Debtan ser campos tan solitarios que no se ota ni el ladrar de Ios perros. Solo se escuchaba el entrechocarse y silbar de las ramas de Ios arboles. Un grato perfume a eucaliptus y el eterno bajar y subir del carruaje, hicieron sospechar a Solaguren que acaso irian ya cerca de su destino. —iEscucha!—dijo de pronto a Isabel. —?Que? qque hay? —Nada, mujer; no te asustes. qNo oyes? jEI mar...! Por momentos, cuando el ruido que hactan Ios arboles se atenuaba, se ota un bronco desplome, sordo derrumbe de olas lejanas!
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