UN JUEZ RURAL 203 inadvertidos, deslizandose en el mas profunda silencio. El vaho de las aguas, el crujir de las arenas y el aroma de los chilcales, acompanaron un tiempo a los viajeros. Luego, otra vez, a rodar y rodar por caminos duros e invisibles. Pasaron el caserio de Lo Abarca—asi lo advirtio el cochero—pero ellos no divisaron, de las casas que alii debia de haber, ofra cosa que una rendija brillante. El descanso que hubo necesidad de dar al tiro de caballos, antes de ascender la cuesta de Lo Abarca; los minutos pasados alii entre ar~ boles que cuchicheaban, parecieron eternos a la madre atribulada. El pequeno Juan y Eugenita dormian; solo el mayor, Ricardo, transportado a un mundo fantastico, sentia un panico terrible. Cuando encimaron la cuesta, un viento impetuoso les batio de lleno, y las cortinas mal unidas del break dieron en azotar la caja del coche y las espaldas de los que iban alii dentro. —iPero cuando vamos a llegar! jY los pobres chiquillos sin comer!

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=