UN JUEZ RURAL 11 por un ligero olor a humo de las eternas fogatas que encendian, para quemar basuras y desperdicios, vecinos lejanos, en calles solifarias o en sitios abiertos y abandonados. A1 acercarse al dormitorio de Isabel, su mujer, la unica pieza iluminada en el largo corredor, sus pasos, que sonaban recios contra las baldosas, le denunciaron, y sus hijos, reconociendolos, salieron en tropel a su encuenfro. Alegre de ese diario recibimiento, mas de una vez, como en esa ocasion, acababa por molestarse con los abrazos y caricias sin termino. —Basta, basta!—grito. Su mujer, con la costura aun entre las manos, risuena, diole la bienvenida, ofreciendole los labios. —Llegas tarde—dijo.—Estaba preocupada. No me gusta que andes a semejante hora por estas calles. No hace diez dias, bien lo sabes, asaltaron a un transeunte. Solaguren sonrio, confiado y despectivo. —iComamos?—dijo. Rodeados de los ninos, que se disputaban

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