10 PEDRO PRADO jeres, en su mayoria obreros, caminaban presurosos de regreso a sus hogares. Cada noche, Solaguren, al llegar a su casa, mientras escogia entre sus Haves la del candado que cerraba la reja de su jardin, a lienlas en la oscuridad, sin acertar con la embocadura, veiase detenido en esa calle negra, que seguia adelante aun mas impenetrable de tiniebias. Al oir los pasos de alguien invisible que se acercaba, una ligera desazon le ponia nervioso, y deseaba franquear con mayor rapidez la puerta de su jardin. Dentro ya, recorriendo los amplios y conocidos senderos, entre encinas vetustas, grandes pinos y platanos colosales, veia con agrado, por entre la espesura, brillar las luces de su casa. Esa vez, al cruzar una galena desierta, que comenzaba a recibir el resplandor de la luna, y ver en ella los muebles de asiento tumbados y en desorden, penso con disgusto, vaga y rapidamente, en el diario destrozo que sus hijos hacian. Al salir al patio interior, la dulzura del aire de esa noche de Diciembre la sintio amargada
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