UN JUEZ RURAL 119 rera habia cogido una rama y, pasandola por una de las orbitas vacias, ensarto el craneo distante para dejarlo en su sitio. El sol, al ocultarse tras las nubes que cubrian la Cordillera de la Costa, apresuro el erepusculo largo y ceniciento. Un fresco mayor comenzo a venir sobre ios campos. Al llegar ambos amigos al camino de Valparaiso, ya obscurecia. Una larga fila de carretas cargadas de legumbres se dirigia a Santiago. Un tiempo marcharon al lado de ellas; pero pronto las antecedieron. Cuando dejaron de otr los chillidos de las ruedas y los broncos golpes que daban al cruzar los malos pasos, cerraba ya la oscuridad de la noche. Ante ellos el camino era algo sin termino. De vez en cuando, sombras emergian: otros viandantes que cruzaban silenciosos... La vaga solidaridad que nace entre las gentes que marchan por los caminos solitarios, era desvanecida por la desconfianza que traen las tinieblas.
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