UN JUEZ RURAL 117 prar un cajon nucvo, los pobres compran de esos. Mozarena miro a Solaguren, haciendole un guino; y la mueca que ya apuntara en el juez adquirio un relieve mayor. —iDe modo que tiene ese negocito, senora? dijo el pintor. —El pobre busca ayudarse... Enferma no he lenido tiempo de sacar los restos de un cajon que esta afuera desde el dia de San Andres. dQuieren verlo? En un sendero vecino habia un ataud atravesado. —Es de una senora de la hacienda de Coronel; murio hace basfante tiempo. Palanqueando con un trozo de tabla que re cogio de por alii cerca, logro desenclavar la tapa del ataud. Mozarena y Solaguren se asomaron timidos y curiosos, como si se abriese ante ellos la boca de un abismo. Sorprendidos por la luz, unos coleopteros pequenos corrieron escondiendose bajo los retazos manchados y podridos de ligeras telas que cubrian a trechos el cadaver; telas redu-

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