UN JUEZ RURAL 115 nichos superpuestos con ataudes a la vista. Nichos abiertos como celdas de un panal amargo y gigantesco, labrado en las enfranas de la tierra, y lleno aun de las larvas de la muerte. —iBuenos dias! Una mujer, que traia de la mano a uno de los ninos que vieran jugando a la entrada, se acercaba. —dUsted vive aqut?—pregunto Solaguren. —Si, senor. —dSu marido es el sepulturero? -—Soy viuda, yo lo reemplazo. —Ah! —Estaba enferma en el hospital cuando el murio. Nadie fue a avisarme. Tres meses estuve muriendome. Cuando volvi, hacia cuatro semanas que el finado estaba bajo tierra. —dY estos ninos? —Abandonados, senor; luego los recogio el senor cura. —dVive sola? —Sola. —dEste es el Cementerio de Barrancas? —Si, el cementerio parroquial. Desde el te-
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