112 PEDRO PRADO bas. Dos vacas golosas, echadas sobre las tumbas, dejaron de rumiar; alzandose sin prisa, tomaron el camino de porfillos practicables hacia los pofreros vecinos. Veianse cruces quebradas y caidas, restos pisoteados de piadosos jardinillos geranios sonrienfes, ro~ sales mustios, languidas campanulas y humildes nomeolvides. Despedazadas las pequenas rejas que rodeaban las fosas, los armazones de los ramos y coronas yacian dispersos por el suelo; solo las flores secas y los pintarrajeados papeles que podia acarrear el viento, habian sido lievados por las rafagas a un rincon del cemenferio donde quedaban enredados entre renuevos de espinos como en una fosa comun de recuerdos y nostalgias. Solaguren callaba, con el rosfro contraido en su clasico gesfo de desprecio anfe los casos oscuros. Mozarena, curioso, seguia, leniamente, observandolo fodo. —Que cemenferio! Toda cruz tiene dos nombres, uno diverso por cada cara:
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