UN JUEZ RURAL ill —Eh! chicos d,se puede entrar al cementerio? Los ninos-, inmoviles, sin responder, seguian observandoles. —dNo hay nadie en esta casa? No se ota ruido alguno; el viento curioseaba por los rincones; parecta ser el dueno de aquella casa en abandono. Bajo un cobertizo sombrio contiguo a la casa, velanse unos ataudes viejos, despintados, opacos los barnices, las cruces y manillas comidas de orin, las tablas desastilladas y medio podridas. —pEniremos?—insinuo Mozarena, consulfando a su amigo. Los ninos, sentados en el polvo, sin levantarse de su sitio, les vieron pasar, y, torciendo la cabeza, se contentaron en seguirles con la vista. Un patiecillo sombreado por acacios, con restos de una reja de alambre y una puerta de debiles maderos, rota, remendada e inutil, pretendia separar la casa del camposanto. El cementerio estaba invadido por las hier-
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