LIBRO SEPTIMO. El caso Champmathieu I. Una tempestad interior El lector habrá adivinado que el señor Magdalena era Jean Valjean. Ya hemos sondeado antes las profundidades de su conciencia; volvamos a sondearlas otra vez. No lo haremos sin emoción, porque no hay nada más terrible que semejante estudio. Jean Valjean, después de la aventura de Ger-vasillo, fue otro hombre. El deseo del obispo se vio realizado; en el criminal se verificó algo más que una transformación, se efectuó una transfigu-ración. Logró desaparecer; vendió la platería del obis-po, conservando los candelabros como recuerdo. Vino a M. tranquilizado ya, con esperanzas, sin tener más que dos ideas: ocultar su nombre y santificar su vida. Huir de los hombres y volver a Dios. Algunas veces estas dos ideas disentían; y en-tonces el hombre conocido como Magdalena no dudaba en sacrificar la primera a la segunda, su seguridad a su virtud. Así, a pesar de toda su prudencia, había conservado los candelabros del obispo, había llevado luto por su muerte, había interrogado a los saboyanos que pasaban, había pedido informes sobre las familias de Faverolles, y había salvado la vida del viejo Fauchelevent, a pesar de las terribles insinuaciones de Javert. Sin embargo, hasta entonces no le había pasa-do nada semejante a lo que ahora le sucedía. Las dos ideas que gobernaban a este hombre, cuyos sufrimientos vamos relatando, no habían sostenido nunca lucha tan encarnizada. El lo com-prendió confusa pero profundamente desde las primeras palabras de Javert en su escritorio. Y cuando oyó el nombre que había sepultado bajo tan espesos velos, quedó sobrecogido de estupor, y trastornado ante tan 95

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