dignidad. Magdalena sólo respondió con esta brusca pre-gunta: —¿Y qué dice ese hombre? —¡Ah, señor alcalde, el asunto es delicado para él! Si es Jean Valjean, ha reincidido. Su caso pasa al tribunal; se penará con presidio perpetuo. Pero Jean Valjean es un hipócrita. Cualquiera se daría cuenta de que la cosa está mala y se defendería. Pero hace como si no comprendiera, y repite: \"Soy Champmathieu\" y de ahí no sale. Se hace el idiota, es muy hábil. Pero hay pruebas, ya ha sido reconocido por cuatro personas; el viejo bribón será condenado. Está ahora en el tribunal de Arras. Yo he sido citado para atestiguar en su contra. Magdalena había vuelto a su sillón y a sus papeles y los hojeaba tranquilamente, como un hombre muy ocupado. —Basta, Javert —dijo—. Todos estos detalles me interesan muy poco. Estamos perdiendo el tiempo y tenemos muchos asuntos que atender. No quie-ro recargaros de trabajo, porque entiendo que vais a estar ausente. ¿Me habéis dicho que iréis a Arras en unos ocho o diez días más? Mucho antes, señor alcalde. —¿Cuándo, entonces? —Creí que le había dicho al señor alcalde que el caso se ve mañana y que yo parto en la dili-gencia esta noche. —¿Cuánto tiempo durará el caso? —Un día a lo más. La sentencia se pronunciará a más tardar mañana por la noche, pero yo no esperaré la sentencia. En cuanto dé mi declara-ción, me volveré. —Está bien —dijo Magdalena. Y despidió a Javert con un gesto de su mano. Javert no se movió. 92

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