—¿Quién, decís? Jean Valjean. Un presidiario a quien vi hace veinte años en Tolón. Al salir de presidio parece que robó a un obispo y después cometió otro robo a mano armada y en despoblado contra un niño saboyano. Hace ocho años que se oculta no se sabe cómo, y se le persigue. Yo me figuré... En fin, lo hice. La cólera me impulsó, y os denuncié a la prefectura. Magdalena, que había vuelto a coger el legajo de papeles, dijo con perfecta indiferencia: —¿Y qué os han respondido? —Que estaba loco. —¿Y entonces? —Bueno, tienen razón. —¡Está bien que lo reconozcáis! —Tengo que hacerlo, ya que han encontrado al verdadero Jean Valjean. La hoja que leía Magdalena se le escapó de las manos, levantó la cabeza, y dijo a Javert con acento indescriptible: —¡Ah! —Esto es lo que ha pasado, señor alcalde. Pare-ce que vivía en las cercanías de Ailly—le—Haut—Clo-cher un hombrecillo a quien llaman el viejo Champ-mathieu. Era muy pobre, no llamaba la atención porque nadie sabe cómo viven esas gentes. Este otoño, Champmathieu fue detenido por un robo de manzanas, con escalamiento de pared. Tenía toda-vía las ramas en la mano cuando fue sorprendido, y lo llevaron a la cárcel. Hasta aquí no había más que un asunto correccional. Pero ya veréis algo que es providencial. Como el recinto carcelario es-taba en mal estado, el juez dispuso que se le trasla-dara a la cárcel provincial de Arras. Había allí un reo llamado Brevet, que estaba preso no sé por qué, y que por buena conducta desempeñaba el cargo de calabocero. Apenas entró Champmathieu, Brevet gritó: \"¡Caramba! Yo conozco a este hombre, es un ex forzado. Estuvimos juntos en la cárcel de Tolón hace veinte años. Se llama Jean Valjean\". Champmathieu negaba, pero se hacen 90

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