La santa ley de Jesucristo gobierna nuestra civilización; pero no la penetra todavía. Se dice que la esclavitud ha desaparecido de la civiliza-ción europea, y es un error. Existe todavía; sólo que no pesa ya sino sobre la mujer, y se llama prostitución. En el punto a que hemos llegado de este doloroso drama, nada le queda a Fantina de lo que era en otro tiempo. Se ha convertido en már-mol al hacerse lodo. Quien la toca, siente frío. Le ha sucedido todo lo que tenía que sucederle; todo lo ha soportado, todo lo ha sufrido, todo lo ha perdido, todo lo ha llorado. ¿Qué son estos desti-nos, ¿por qué son así? El que lo sabe ve toda la oscuridad. Es uno solo; se llama Dios. IX. Solución de algunos asuntos de política municipal Unos diez meses después de lo referido, a co-mienzos de 1823, una tarde en que había nevado copiosamente, uno de esos jóvenes ricos y ocio-sos que abundan en las ciudades pequeñas, em-bozado en una gran capa se divertía en hostigar a una mujer que pasaba en traje de baile, toda des-cotada y con flores en la cabeza, por delante del café de los oficiales. Cada vez que la mujer pasaba por delante de él, le arrojaba con una bocanada de humo de su cigarro algún apóstrofe que él creía chistoso y agudo, como: \"¡Qué fea eres! No tienes dientes\". La mujer, triste espectro vestido, que iba y venía sobre la nieve, no le respondía, ni siquiera lo miraba, y no por eso recorría con menos regulari-dad su paseo. Aprovechando un momento en que la mujer volvía, el joven se fue tras ella a paso de lobo, y ahogando la risa, tomó del suelo un puña-do de nieve y se lo puso bruscamente en la espal-da entre los hombros desnudos. La joven lanzó un rugido, se dio vuelta, saltó como una pantera, y se arrojó sobre el hombre clavándole las uñas en el rostro con las más espantosas palabras que pueden oírse en un cuerpo de guardia. Aquellas injurias, vomitadas por una voz enronquecida por el aguardiente, sonaban aun más repulsivas en la boca de una mujer a la cual le faltaban, en efecto, los dos dientes incisivos. Era Fantina. Al ruido de la gresca, los oficiales salieron del café, los transeúntes se agruparon, y se formó un gran círculo alegre, que azuzaba y aplaudía. De pronto, un hombre de alta estatura salió de entre la multitud, agarró a la 79

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