encendían más que una luz para las dos, la en-contró pálida, helada. —¿Jesús! ¿Qué tenéis, Fantina? —Nada —respondió Fantina—. Al contrario. Mi niña no morirá de esa espantosa enfermedad por falta de medicinas. Estoy contenta. Tengo los dos napoleones. Al mismo tiempo se sonrió. La vela alumbró su rostro. En la boca tenía un agujero negro. Los dos dientes habían sido arrancados. Envió, pues, los cuarenta francos a Montfer-meil. Había sido una estratagema de los Thenardier para sacarle dinero. Cosette no estaba enferma. Fantina ya no tenía cama y le quedaba un pingajo al que llamaba cobertor, un colchón en el suelo y una silla sin asiento. Había perdido el pudor; después perdió la coquetería y últimamen-te hasta el aseo. A medida que se rompían los talones iba metiendo las medias dentro de los zapatos. Pasaba las noches llorando y pensando; tenía los ojos muy brillantes, y sentía un dolor fijo en la espalda. Tosía mucho; pasaba diecisiete ho-ras diarias cosiendo, pero un contratista del traba-jo de las cárceles que obligaba a trabajar más barato a las presas, hizo de pronto bajar los pre-cios, con lo cual se redujo el jomal de las trabaja-doras libres a nueve sueldos. Por ese entonces Thenardier le escribió diciendo que la había espe-rado mucho tiempo con demasiada bondad; que necesitaba cien francos inmediatamente; que si no se los enviaba, echaría a la calle a la pequeña Cosette. —Cien francos —pensó Fantina—. ¿Pero dónde hay ocupación en qué ganar cien sueldos diarios? No hay más remedio —dijo—, vendamos el resto. La infortunada se hizo mujer pública. VIII. Chrístus nos liveravit ¿Qué es esta historia de Fantina? Es la sociedad comprando una esclava. ¿A quién? A la miseria. Al hambre, al frío, al abandono, al aislamien-to, a la desnudez. ¡Mercado doloroso! Un alma por un pedazo de pan; la miseria ofrece, la socie-dad acepta. 78

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